En el folclore, en la mitología y en las narraciones que
cuentan la metamorfosis de hombres en animales, tanto el vampirismo como la
licantropía están ampliamente representados y ocupan un lugar relevante en el
patrimonio etnográfico europeo. La transformación de una persona en un ser
inquietante, ambiguo y peligroso para la comunidad, encarnado en lobo o en
vampiro, depende siempre del hábitat zoológico y las costumbres
socio-religiosas donde se desarrolla su cultura; sin embargo es común que vestir
la piel del animal equivalga a provocar el cambio o la posesión. La diversidad
de tipos y motivos de las mutaciones es amplia: se dan casos de mutación total
o parcial del cuerpo, casos de mutación del comportamiento o del espíritu,
casos ligados al chamanismo o a una condena tribal o religiosa etc. Y aunque
son condiciones desiguales (el vampiro está vinculado a la muerte y el hombre
lobo a la vida), resulta una peculiaridad a señalar que el vampiro a menudo se
identifica con el hombre lobo, fusión de creencias posiblemente de origen
griego: los helenos sostenían que los hombres lobo después de muertos se
convertían en vampiros.
La leyenda del hombre lobo ha encontrado más eco en la
tradición de los cuentos populares que en la literatura romántica, de ahí que
no goce de la misma fama que el vampiro. Ambos mitos, cada uno con sus
peculiaridades, simbolizan la dualidad del individuo, lo real y lo fantástico,
la luz y la oscuridad, la naturaleza humana y la naturaleza salvaje: un reflejo
de nosotros mismos.