El origen del cristianismo lo
encontramos en las sectas precristianas judías, los que antes fueron judíos
luego son cristianos. Tres corrientes religiosas ocupan el escenario principal
del judaísmo en el siglo I: Los saduceos, los fariseos y los esenios; pasamos
de la primera y nos quedamos con las dos últimas en las que podemos encontrar
rasgos que influyeron en la formación del cristianismo. Los fariseos creen en
la inmortalidad del alma, en los premios y castigos del más allá, donde unos
espíritus penan eternamente en el infierno mientras otros aguardan la
resurrección. Los esenios practican la pureza, la fraternidad, la vida en
comunidad, sostienen la esperanza en la resurrección de los justos, predican el
amor a Dios y a nuestros semejantes, celebran el bautismo y beben vino
bendecido por el sacerdote; figura central de la congregación es el Maestro de
Perfección que tenía el poder de curar a las personas, según algunos textos
murió crucificado y también resucitó. Los paralelismos que se establecen con la
biografía de Jesús de Nazaret son inevitables, hay quien directamente atribuye
a Jesús una educación esenia; se beneficia esta hipótesis de la reconocida
íntima relación espiritual de Juan el Bautista con la hermandad establecida en
Qumrán.
Después de la muerte en la
cruz y posterior resurrección de Jesucristo (autoproclamado Mesías e hijo de
Dios, posiblemente un gran iniciado entre gentes sencillas) los apóstoles
prosiguen con la labor de divulgar el mensaje del evangelio. La palabra apóstol
deriva del griego, significa ‘mensajero’ o ‘enviado’. Además de los primeros
doce apóstoles, más Matías que fue elegido por sorteo para reemplazar al
suicida Judas Iscariote, sobresale la figura menuda de Pablo de Tarso que si
bien no está claro que conociera a Cristo, escuchó su voz y, se entiende, fue
escogido por él. A San Pablo, «El Apóstol de los Gentiles», le cabe el honor de
convertir lo que era una doctrina entre muchas en un movimiento religioso de
carácter universal: el cristianismo (el termino procede del griego ‘christós’,
‘ungido’, ‘mesías’ en hebreo), a sus seguidores se les llama cristianos. En los
evangelios no se refieren nunca a los cristianos sino a los «discípulos de
Jesús», la denominación cristianos aparece por primera vez en los Hechos de los
Apóstoles, donde se relata que en Antioquía los «discípulos de Jesús» eran
llamados cristianos; la voz latina catholicus, ‘universal’ se añade en el siglo
II.

Quien no acepta el dogma
impuesto, quien se desvía de la fe verdadera es considerado hereje. Herejía
procede del griego hairesis, acción de escoger, preferir y optar; es decir, el
hereje es aquella persona que escoge u opta por una creencia controvertida,
novedosa, fuera de lo establecido que entra en conflicto con la opinión
mayoritaria; por lo tanto la herejía es objeto de castigo y persecución. Al
principio la condena impuesta era menor, casi una medida disuasoria, la
excomunión; a partir del Bajo Medioevo tanto las herejías como las penas
adquirieron un nuevo significado. La primera expresión de inquisición medieval,
la «Inquisición episcopal» la establece en 1184 el papa Lucio III, como
instrumento para acabar con la herejía cátara. En el año 1231 el papa Gregorio
IX crea la «Inquisición pontificia» tribunal de excepción encargado de combatir
todas las herejías. La Inquisición comenzó a funcionar sobre todo en el sur de
Francia y en el norte de Italia, en 1249 existía en la Corona de Aragón pero no
en la Corona de Castilla donde se implanto en 1478 mediante la bula emitida por
el papa Sixto IV.

Llegado el siglo XX los
autores destacan la connivencia de la Iglesia católica con las dictaduras de
Mussolini en Italia y Franco en España, la ayuda que tras la II Guerra Mundial
proporcionó a criminales nazis ocultándolos en conventos y facilitándoles
falsas identidades que les permitieran escapar de los tribunales, el mutismo
que mantuvo ante las torturas y matanzas de los regímenes totalitarios
iberoamericanos de los que incluso fueron víctimas algunos de sus miembros
eclesiásticos, y el escandaloso caso de la quiebra del Banco Ambrosiano que
destapó una red de corrupción dentro del Banco Vaticano (presidido por el
arzobispo Paul Marcinkus), este asunto salpicó a cardenales, obispos, prelados
de alto rango, empresarios, banqueros, políticos, judicatura, ejercito,
periodistas, la mafia, logias masónicas, etc.
En las dos primeras décadas
del siglo XXI aferrado a viejas costumbres y a una doctrina inmovilista, el
Imperio Vaticano mantiene abiertos varios desafíos: el celibato, el sacerdocio
de la mujer, el divorcio, la homosexualidad, el control de natalidad, el
aborto, el diálogo interreligioso, la infalibilidad del papa, la
democratización de la institución, la ecología, etc.; de la manera de
afrontarlos dependerá su futuro en un mundo plural e interconectado, inmerso en
la revolución informática, conquistado por la técnica y la ciencia, en
competencia con otros movimientos espirituales y donde avanzan nuevos modelos
de vida.