domingo, 5 de febrero de 2012

ANDRÉS LÓPEZ; “JIM MORRISON & THE DOORS”.

Han existido y existen formaciones musicales de relumbrón que sirven de trampolín hacia el estrellato para alguno de sus componentes, sin que ninguna de sus individualidades anteponga nombre y fama, al nombre y la fama del grupo, el colectivo subsiste con personalidad propia independiente al individuo; valgan de ejemplo, nadie diría: Lennon o McCartney y The Beatles, Pete Townshend y The Who, Mick Jagger y Rolling Stones o Grace Slick y Jefferson Airplane, suena sacrílego al oído. No ocurre así con Jim Morrison y The Doors, muy a pesar del primero, que siempre se negó contumaz a ser presentado de esta guisa; no le faltaban razones al mozo, porque lo que puede parecer como érase un conjunto a un hombre pegados dista tres calles de la realidad. Aunque la naturaleza del sujeto aparentaba contener toda la oración, la estructura gramatical se sostenía sobre el verbo y el predicado. Los instrumentistas de The Doors nunca fueron superfluos músicos de acompañamiento, figurines de un cantante guapito y excéntrico. Robby Krieger, en su currículo consta que recibe clases de guitarra española, después se adentra en los terrenos del jazz y el blues, para acabar decantándose por el rock; añade a sus cualidades la de buen compositor. Ray Manzarek, excelente teclista de acrisolada técnica consecuencia de su educación musical clásica. Jhon Densmore, toca la batería desde los 12 años, destreza adquirida que luce en el fraseo y la acentuación; entró a formar parte del grupo gracias a su afición a la meditación transcendental. Y, James Douglas Morrison, letrista y cantante; hijo de padre militar trashumante, entre ausencias paternas forja su carácter introvertido y desmesurado leyendo a William Blake, Jack Kerouac, Jean Paul Sartre, Aldous Huxley, James Joyce, Allen Ginsberg, Federico Nietzche (escribe bajo el influjo de “El origen de la tragedia” atraído por la dicotomía belleza/inteligencia), Arthur Rimbaud cuya obra y vida considera un modelo a imitar; admira a románticos y simbolistas, alma de poeta a los 15 años compone sus primeros versos, prefiere los clubes de jazz a la disciplina escolar; a los 18 años apuntan sus primeros problemas con el alcohol; estudia cinematografía en UCLA; su estancia en la Costa Oeste coincide con el auge del movimiento hippy y la contracultura: el no a la guerra de Vietnam, la música psicodélica o psicoplaneadora, la espiritualidad oriental, los colocones y el lema “paz, amor y libertad” que transmutaría en “sexo, drogas y rock and roll”; atraído por las doctrinas del ínclito Timothy Leary se inicia en el consumo desaforado de LSD; reniega de la familia “no quiero implicar a quien no quiere”.
 
En Venice Beach, Jim Morrison recita armonizando sus poemas a Ray Manzarek, es la piedra fundacional del proyecto The Doors. Jim elige el nombre del grupo, The Doors (Las Puertas), epíteto que con anterioridad había utilizado en un antiguo proyecto cinematográfico, sustrayendo la palabra del libro “The doors of perception” de Aldous Huxley, título que a su vez emana de un verso de William Blake; una expresión sencilla, sonora, con profundo calado literario. Compuesto el cuarteto, en los comienzos se acepta cualquier clase de actuación: bodas, cumpleaños, fiestas fin de curso, bares de tercera, locales de mala muerte en los que por 160 dólares ofrecen cinco pases de 45 minutos de jueves a domingo ante escaso público formado por busconas, marineros y borrachos; lugares de ensayo, escuela de aprendizaje, purgatorios donde pulir los pecados, antesalas al cielo del éxito. Morrison modifica su apariencia: se deja crecer el pelo, viste ceñidos pantalones de cuero, cinturones anchos, cazadoras negras, camisas blancas; su nueva imagen seduce al público femenino. Estilo y arte. The Doors se suben al carro de la fama: contratan a un representante y a un agente de prensa, firman con una discográfica, crean una sociedad editorial para gestionar los derechos de sus propias canciones, se multiplican los conciertos. Sobre el escenario Jim improvisa poemas luego retoma el estribillo, se contorsiona, se retuerce, se arrastra por el suelo; oficia El Rey Lagarto, entra en estado de trance chamánico, blasfema, arenga, como un poseso se arroja sobre los espectadores de las primeras filas, sus intempestivas salidas de tono provocan reacciones encontradas entre el público; es acusado de obscenidad, embriaguez, indecencia, escándalo, conducta lasciva y resistencia a la autoridad. El joven con cara de buen chico y gesto melancólico que le gusta el cine, el pensamiento, la poesía, el jazz, el blues, el rock and roll y el LSD, la hierba, el peyote, la mezcalina, el alcohol y cualquier otro coctel de alucinógenos; se presenta a las grabaciones acompañado de groupies y amigotes interesados, completamente borracho, extraviado por el consumo de drogas (la grabación de “The End” tuvo que repetirse una y otra vez por encontrase demasiado pasado de vueltas); excesos que ponen en tela de juicio la profesionalidad de la banda e implican motivo de distanciamiento entre Jim y los demás miembros. Bajo estas circunstancias, la carrera de The Doors se desarrolla: elepés en los primeras puestos de las listas de ventas del Top 100 USA, Nº1 en el hit-parade de las revistas musicales, discos de oro, portadas que resultan cubiertas clásicas del rock, canciones notables, populares y legendarias (“Unknown Soldier” fue adoptada como himno de los soldados norteamericanos en la guerra del Vietnam), precursores del videoclip promocional, giras por Europa, intervención en el reconocido festival de la isla de Wight (donde la calamitosa actitud de Jim hundió la actuación de The Doors), favor de público y crítica.
 
¡Cuan efímera es la vida con relación a la fama! Jim Morrison se establece en París, busca una existencia tranquila y centrarse en su producción literaria. Tiene 27 años, la llamada “edad maldita del rock”, a las 5 horas del 3 de julio de 1971 el parte médico certifica, muerte por paro cardiaco en la bañera de su apartamento; hay voces que cuestionan el diagnóstico, ni fue así ni en ese lugar; suena sin sordina la palabra sobredosis; incluso al no habérsele practicado la autopsia por negligencia médica, corre la manida leyenda urbana de que está vivo, escondido en el paraíso del anonimato donde le reconoció un primo de no sé quién. El cuerpo es enterrado en el camposanto de Pére-Lachaise junto a más de un millón de difuntos. Ningún sacerdote, ni miembro de su familia o de la banda acudieron al sepelio. Desaparecido Jim el espíritu del grupo, la continuidad de The Doors no tiene sentido; aún así se estira el chicle, ignorando controversias y acusaciones de profanación se publica “Am American Prayer”, en este trabajo los miembros supervivientes ponen música a las grabaciones que Morrison realizó recitando sus poemas; el álbum es un nuevo éxito.
Opiniones de amigos, compañeros y allegados; para unos un ángel creativo, vital, apasionado, talentoso, atractivo, arrollador; para otros un demonio torturado, exhibicionista, caprichoso, grosero, un tipo que la fama y el triunfo le habían convertido en un drogata borrachuzo vulgar, insoportable y maleducado. Declaraciones del biografiado, estupidez en su comportamiento y cordura en sus palabras: “creo que soy un ser inteligente y sensible, pero con el alma de un payaso, lo que siempre me lleva a estropearlo todo en los momentos más importantes”. Letras de sus canciones y poemas. Fotografías. Apéndices. Introducción suficiente para pretender desentrañar los motivos que estimulan el carácter del artista en su vida creativa y le impelen en su vida cotidiana a comportarse como un coleccionista de anécdotas que refuerzan la imagen del mito. Crónica somera del proceso evolutivo de un individuo controvertido y contradictorio con un objetivo final, la autodestrucción.