lunes, 29 de febrero de 2016

AKIKO YOSANO (1878-1942)

 Mujer japonesa. Madre de familia numerosa (concibió 13 hijos, sobrevivieron 11). Delicadeza y fuerza. Tesón a prueba de muertes cercanas, depresiones del marido y triángulos amorosos. Capacidad de trabajo inagotable, prolífica escritora, en una sesión podía componer hasta 50 poemas, durante el curso de su vida escribió miles de ellos (entre 20.000 y 50.000 se suele cifrar el número). Reformadora social, se alza contra lo caduco de una sociedad prisionera de las vanas formalidades del conformismo opresivo. Pacifista, nadando a contracorriente en un Japón cada vez más militarizado que había cambiado el enfoque de la actitud nacional hacia el expansionismo. Pionera feminista, icono del movimiento de liberación de la mujer japonesa, ardorosa luchadora frente a unas costumbres machistas, tradicionales y retrógradas que relegan a la mujer al ejercicio de roles domésticos y sociales (sumisa esposa, madre abnegada y, como mucho, objeto del deseo). Firme defensora de la educación y la igualdad de derechos de las mujeres: la misma educación, la misma independencia, la misma responsabilidad de asumir sus propias vidas; sujetos activos alegres y libres de expresar sus sentimientos amorosos y sexuales. Controvertida innovadora del tanka, popular poema japonés de 31 sonidos que adaptado al español serían cinco versos distribuidos en 5/7/5/7/7 sílabas por línea. Llamada por sus contemporáneos,  “Poetisa de la pasión”. 

Calle Kainochó nº46, ciudad de Sakai (prefectura de Osaka), 7 de diciembre de 1878, en pleno renacer de la era Meiji, bajo el signo occidental de Sagitario nace Sho Ho (llamada Akiko Yosano). Tercera niña de una familia de prósperos comerciantes dedicados al negocio de la confitería-pastelería. Su padre Soushichi Ho (persona muy respetada socialmente) tenía dos hijas mayores fruto de un primer matrimonio, casado en segundas nupcias con Tsune Sakagami con la que tuvo cinco hijos, entre ellos Akiko. Soushichi, un burgués que amaba el arte y la literatura, hombre de su tiempo, formado en el rígido molde de la jerarquía masculina, cuando murió su joven hijo primogénito se sumió en una obcecada decepción. En Japón los hijos varones eran muy importantes porque heredaban el nombre del tronco familiar, y sobre todo para una familia que regenta un negocio; se privilegiaba a los hijos sobre las hijas, el nacimiento de una niña no era bien recibido. Durante tres años Akiko se crió en la casa de una tía materna, tuvo una infancia solitaria marcada por el sentimiento de rechazo del hogar paterno. Cumplidos los seis años, en 1884 entra en la escuela primaria donde permanecerá hasta 1888. De los 10 a los 16 años (1888 hasta 1894), continúa su instrucción en la Escuela de Niñas de Sakai; estudia matemáticas, caligrafía, gramática, geografía, historia, ética y costura (que supone el 70% del currículo), y realiza un curso complementario de economía doméstica. En esa etapa aviva su interés por la literatura clásica japonesa gracias a su profesor de lengua Osa Sugao. Sin embargo como lectora insaciable y ecléctica, su formación es mayormente autodidacta.

Sometida al estrecho marcaje de unos padres severos que velan por la virginidad de la muchacha y el honor del apellido, discriminada de sus hermanos varones, observando la tradición imperante de acatamiento obligado a la pirámide disciplinaria, de los 11 a los 22 años ayuda, no por voluntad propia, en la atención y gestión económica de la empresa familiar: “crecí envolviendo dulces en hojas de bambú”; trabajo que la resulta extremadamente aburrido, y frustrante para el desarrollo de su vida intelectual. Víctima de una sociedad patriarcal, de un moralismo hipócrita y de la repartición injusta de roles, con la sensibilidad herida, piensa con frecuencia en el suicidio a la vez que asiste al despertar de una conciencia libre. Entre lecturas busca y encuentra. Quien tiene una biblioteca tiene un tesoro y su padre lo tenía. Posiblemente el buen hombre se dio cuenta de las inquietudes e intereses de su hija y a los 12 años la autoriza a vagabundear por los estantes de su extensa biblioteca personal; raro privilegio al que otras chicas jóvenes nunca accedían. Lee cuando puede, venciendo el cansancio lee hasta la media noche a la luz de una pequeña lámpara, lectura furtiva; clásicos y contemporáneos nacionales (la nueva literatura de la era Meiji), autores occidentales (le interesa el romanticismo europeo), obras mayores, obras menores, poesía japonesa, prefiere la poesía china, y en particular siente innata predilección por  “La novela de Genji” (Genji Monogatari) de Murasaki Shikibu, que a lo largo de su vida relee una decena de veces e incluso verterá al japonés moderno. Con 16 años lee una antología de antiguos poemas japoneses del siglo VIII que ejerce un gran impacto en ella, se enamora de la creación literaria; tras entender que, en un principio, la novela no es lo suyo, comienza a escribir poesía tanka. Akiko se sabe escritora desde la adolescencia. A los 18 años asiste a las reuniones de la sociedad literaria de Sakai, un grupo de amigos que editan un boletín de poesía, en él publica sus primeros tankas a imitación de los clásicos japoneses. Hojeando una revista literaria de Tokio, descubre 15 tankas del poeta Tekkan Yosano; se ilumina el camino que muestra la riqueza de la poesía, un lugar donde expresar las pasiones cohibidas que abruman a una chica en la flamante juventud. En 1898, bajo el seudónimo de Ho Shoshu, publica en la revista de la Sociedad Literaria Juvenil de Kansai, un largo poema en verso libre titulado “Luna de primavera”, preludio de la conexión definitiva con Tekkan “El Tigre”, apodado así por el tono de exacerbada masculinidad y ardor patriótico de sus primeros poemas.

Tekkan Yosano (1873-1935), seudónimo de Hiroshi Yosano, nacido en Kioto, cuarto hijo del monje budista Reigon Yosano.  A los 10 años entra en el templo de Anyoji donde recibe sus primeras enseñanzas. Se gradúa en la Universidad de Keio y ejerce de profesor de lengua japonesa en la Escuela Femenina de Tokuyama. A la edad de 20 años se traslada a Tokio, donde colabora en diferentes periódicos. El 11 de mayo de 1894 publica un vehemente artículo defendiendo la reforma de la poesía tradicional japonesa, necesitada de mayor originalidad y falta de popularidad, propone desmontar el estilo arcaico, revitalizar las formas de la vieja escuela y despertar a la modernidad. En 1899 crea la Sociedad de la Nueva Poesía, “Shinshisha”, y funda la revista “Myojo” órgano de expresión del propio círculo; la edición adquiere inmediata popularidad entre los jóvenes poetas dispuestos a beber los vientos regeneradores, a este grupo pertenece una joven llamada Sho Ho que en mayo del año siguiente publica seis poemas en el número 2 de la bien hallada revista, inicio de una colaboración que se extenderá hasta el cierre de la publicación en el año 1908.

En el verano de 1900 Tekkan emprende una gira por Osaka y Sakai impartiendo conferencias y talleres, como consecuencia de esta actividad el 4 de agosto en una reunión de escritores Tekkan y Akiko se conocen personalmente. A ese mismo encuentro literario asiste también la joven poetisa Tomiko Yamakawa quien estaba enamorada del maestro y albergaba la esperanza de casarse con él. Compartir el amor por el mismo hombre y sus aspiraciones poéticas, crean un vínculo entre los tres intensamente erótico sin ser sexual. El respeto y admiración que Akiko sentía por el hasta entonces su guía y mentor se fue transformando en pasión amorosa, que no dudó en manifestar abiertamente aunque Tekkan estaba casado y con hijos: “Por obra del destino inesperado conocí a cierto hombre y mis sentimientos se sometieron a un cambio violento en grado extraño. Por primera vez experimenté la emoción de un verdadero amor que quemaba mi cuerpo”. La relación entre ambos acaba consolidándose después de la despedida dramática de Tomiko, obligada por su padre a casarse con un hombre a quien no quiere, su adiós lo expresa en unos emotivos versos: “Dejo discretamente, a mi amiga, las flores rojas, llorando triste, escojo olvidar el jardín”; la joven poeta fallecería de tuberculosis, a los 29 años, en abril de 1909.
 
1901 supone un año crucial en la vida de la pareja. En enero, Akiko y Tekkan pasan su primera noche de amor en un albergue al noroeste de Kioto. En marzo, se publican documentos injuriosos acusando a Tekkan de cometer varios delitos contra empresas y gentes del mundillo literario, este suceso malintencionado provoca la desconfianza del sector editorial hacia su persona. En junio, ambos toman la decisión de abandonar a sus familias y comienzan una nueva vida juntos en un suburbio de Tokio. En agosto, se produce el hecho inicial que enmarcará la vida de Akiko como escritora, publica “Midaregami” (“Pelo revuelto” o también “Cabello en dulce desorden”), su primer poemario compuesto por una colección de 399 tankas (número impar que alude a la estética de lo incompleto), controvertido entre la crítica (repudiado por el sector conservador, elogiado por los más aperturistas), clamoroso éxito de ventas; el título hace referencia al cabello, atributo que mejor definía la identidad básica de la mujer japonesa, su desorden sugiere la belleza natural de la intimidad erótica; sus versos, glorificación del cuerpo femenino, expresan abiertamente sin falsos pudores la pasión sensual del amor al amante (385 tankas cantan sus sentimientos hacia Tekkan); considerada hoy obra fundamental en el desarrollo de la poesía japonesa. En septiembre, Tekkan se divorcia de Takino Hayashi con la que, a pesar de la separación, siempre se mantuvo conectado. En octubre, por fin, Akiko y Tekkan contraen matrimonio; y como corresponde por casamiento, en enero del año siguiente (1902) Akiko cambia el apellido paterno Ho por el Yosano de su marido, en noviembre de ese mismo año, nace Hikaru el primero de una prole de más de una decena de hijos.

En septiembre de 1904 Akiko publica en la revista “Myojo” el shintaishi (poesía de métrica moderna), “kimi shinitamou koto nakare” (“hermano, no te mueras”) dedicado a su hermano menor, segundo teniente de infantería en el frente de la Guerra Ruso-japonesa. Intrépida denuncia antibélica, coloca los sentimientos personales por encima del deber patriótico, en un momento histórico de fuerte nacionalismo militarista; el poema se hizo enormemente popular, más tarde convertido por el movimiento pacifista en canción protesta contra la guerra.

Entre embarazo y embarazo, el viento sopla a favor de su reputación literaria mientras la carrera de su marido va declinando. Pronto Tekkan comprende que el talento de su esposa es superior al suyo y decide apoyarla, lo que no le evade de caer en un estado depresivo: una mañana se le encuentra en el patio sentado en cuclillas matando hormigas. Con la excusa de relanzar su carrera y con el fin de que mejore el ánimo, Akiko reúne dinero, y en noviembre de 1911 financia el viaje de Tekkan a Europa. Meses después ella toma el ferrocarril transiberiano, el 19 de mayo de 1912 se apea en París al encuentro de su marido. Juntos recorren varias ciudades del viejo continente: Londres, Bruselas, Munich, Amberes, Amsterdam, Viena, Berlín, la mencionada París, etc. donde conocen a célebres personalidades, de entre todos ellos entablan amistad con el escultor Auguste Rodin, con cuyo nombre bautizaron al cuarto vástago de la familia Yosano. En octubre, desde el puerto de Marsella, vía marítima, Akiko regresa a Japón; Tekkan aplaza su vuelta a enero del año siguiente. Aquel viaje supone un gran enriquecimiento cultural e intelectual para ambos, el contacto con otras sociedades reafirma las convicciones humanistas y la actitud crítica de Akiko.

Además de atender las necesidades familiares (sobre su pluma recae la responsabilidad de sacar la casa adelante), Akiko emprende la vasta producción de sus obras: poemas, prosas, cartas, crónicas de viajes, cuentos infantiles, artículos, ensayos (sobre una amplia gama de temas: educación, política, cultura, sociedad, experiencias personales, feminismo…), prepara antologías y vierte al japonés moderno su admirado referente “Genji Monogatari” (“La novela de Genji”). Hiperactividad sorprendente.

En abril de 1919, para alivio de la inestable economía doméstica, Tekkan es contratado como profesor en la facultad de filosofía y letras de la Universidad de Keiou. Dos años más tarde, en 1921, Akiko (firme defensora de la educación de la mujer), junto a Isaku Nishimura, Hakutei Ishikawa, Natsu Kawasaki y otras personas comprometidas, fundan, en sus inicios para niñas luego mixta, la escuela privada Bunka Gakuin, que  abre nuevos horizontes en el campo pedagógico. De dicho instituto ella será jefa de estudios e impartirá clases de japonés clásico, y Tekkan ocupará el cargo de rector desde 1925 hasta su retiro en 1930, siendo relevado por su esposa.

En septiembre de 1923, el gran terremoto que asoló Kanto provoca un incendio en las dependencias donde guardaba el manuscrito de la traducción de “La novela de Genji” reduciendo miles de páginas a cenizas. Tiene que rehacer de nuevo el trabajo al que ha dedicado casi toda su vida, lo termina en el año 1939 cerca del final de sus días.

Inesperadamente, a causa de las complicaciones de una pulmonía, Tekkan fallece el 26 de marzo de 1935. Pierde a alguien más que un compañero, desaparece el hombre que ha marcado el desarrollo de toda su existencia, dejando una huella profunda en ella.

Los últimos años de su vida se caracterizan por algunos viajes, la dedicación a la familia, a la literatura y por los problemas de salud. Superado un ataque de angina de pecho, en 1938 es hospitalizada en dos ocasiones, la primera por problemas intestinales y la segunda por pulmonía. En mayo de 1940 sufre un derrame cerebral quedándola el lado derecho del cuerpo paralizado. Sobreponiéndose a las circunstancias continúa componiendo tankas, con una escritura irregular y desordenada, apuntados a lápiz en un cuaderno. Dos años más tarde, la enfermedad se agrava y se suman las complicaciones. El 29 de mayo de 1942, la “poetisa de la pasión” pierde el conocimiento y se desploma: muere a la edad de 63 años de un fallo cardíaco. La ceremonia fúnebre se celebra en el cementerio de Tama en Fuchu, barrio a las afueras de Tokio. La noticia de su fallecimiento, en plena Guerra del Pacífico, pasa desapercibida para la prensa.  

“aquí y ahora,
cuando me paro a recordar
mi pasión, me parece
que yo era como un ciego
que no teme a la oscuridad.”
                                          (Akiko Yosano)

lunes, 15 de febrero de 2016

SEGUNDA NOCHE





22:57      En este invierno (o en todos) el frío es como la soledad, no te deja vayas donde vayas.

23:01      Atmosféricamente hablando nada hay más deprimente para comenzar una semana que un lunes lluvioso y frío. Mis huesos dan testimonio.

23:06     Me siento tan viejo este invierno. No me lo pregunto. Ningún pájaro vuela entre las nubes.

23:09     Afirmo: me asusta el frío. Bajo de la cumbre a buscar un clima que diluya mi miedo.

23:15      Y la voz de Chet Baker me arrulla en el sopor al calor del brasero.



lunes, 8 de febrero de 2016

APOTEGMA (83)

En una sociedad en la que se impone la codicia, cualquier cosa que sea susceptible de generar dinero se convierte en negocio, tenga o no valor para la vida humana o su bienestar o su desarrollo.

lunes, 1 de febrero de 2016

ORLANDO FIGES; “LA REVOLUCIÓN RUSA (1891-1924)”.

Habían llegado a personificar la voluntad de la nación, los Romanov con su imagen de poder y opulencia monárquicas, gobernaban sobre la base de sus propias convicciones religiosas y sin miramientos hacia los límites de la ley. El zar sentía Rusia como su feudo privado a la manera de un señor medieval. El antiguo título de zar estaba revestido de autoritarismo paternal y connotaciones religiosas. En la mente del campesino común el zar no era sólo un gobernante regio, sino una “divinidad en la tierra” al que miraban con ciega devoción porque estaba ungido por Dios. Enrocado en una autocracia fosilizada, sin intención de ceder a las demandas de reformas políticas solicitadas por una sociedad cada vez más urbana, más educada y más compleja; sobrepasado por los acontecimientos, apoyado en un gabinete reducido de consejeros reaccionarios entre los que se encontraban su propia esposa Alejandra (educada en la estricta moral victoriana, hablaba malamente el ruso) y el protegido de la misma emperatriz, Rasputín (personaje ególatra y arribista). Carente de las necesarias cualidades para ejercer el poder, el último zar Nicolás II nombraba primeros ministros a una mediocridad aduladora tras otra. El inmovilismo, la incapacidad gubernativa, el creciente conflicto social y la deriva peligrosa de la fantasía del poder absoluto, supusieron el caldo de cultivo del que se nutrieron las raíces de la Revolución.

El Ejército Imperial ruso pertenecía al zar, juraba lealtad a su persona y a la preservación de la dinastía en lugar de al Estado o incluso a la nación; sus oficiales y soldados eran de manera efectiva sus vasallos. El trato que dispensaba el gobierno al Ejército provocó un creciente resentimiento entre la élite militar rusa. La determinación de los soldados por derribar la “servidumbre del ejército” y obtener la dignidad de la ciudadanía se convirtió en uno de los episodios más relevantes de la Revolución. A la debilidad del Ejército se une el colapso de la Iglesia Ortodoxa, pilar ideológico del régimen zarista. Ser ruso equivalía a ser cristiano ortodoxo, en un país donde la mayor parte de la población era analfabeta y la fe religiosa suponía un arma de propaganda esencial y un medio de control social. Sin embargo la Iglesia se encontraba en un estado de división terminal, se podía decir que la Santa Madre Rusia no era tan santa.

A inicios del siglo XX, el 80 por ciento de la población de Rusia estaba clasificada como perteneciente al campesinado y el resto, la mayoría, hundía sus raíces en él. Sin embargo, a pesar de este dato, a las clases educadas de las ciudades “el mundo del campo les resultaba tan exótico y ajeno como los nativos de África lo eran para sus distantes amos coloniales”. La incomprensión, la violencia y la crueldad que el antiguo régimen inflige al campesinado se transforma en resentimiento, que no sólo desfigura la vida cotidiana de la aldea, sino que también se lanza contra el sistema en un intento de aniquilación del pasado responsable de su trágico destino. Forzados por la pobreza y la ambición de conseguir una vida mejor, los campesinos emigran a las ciudades, para muchos de ellos la cultura urbana significa movimiento revolucionario, progreso, ilustración y liberación humana; llegan e ingresan en las filas del proletariado comprometido con el movimiento obrero militante, organizando clubes y asociaciones ilegales de trabajadores que el gobierno zarista persigue con saña, legislando a favor de los patronos y reprimiendo con la policía. En el desprecio por las condiciones de vida de la gente descansaba el principio de autoridad de la jefatura del zar. El movimiento revolucionario, según sus propias nociones de verdad y justicia, buscaba liberar al pueblo; la presunta finalidad de su campaña era desestabilizar al Estado y encender la chispa de la rebelión popular.

Sólo cinco años después de la edición original en Hamburgo y quince años antes de la edición inglesa, se publica en Rusia la primera edición extranjera de “El Capital” de Karl Marx; contradiciendo las expectativas de todos los estudiosos, incluso las del propio autor, condujo a la revolución antes a Rusia que a cualquier otra nación occidental a las que se dirigía. El marxismo era considerado un “sendero de la razón”, señalaba el camino hacia la modernidad, la ilustración y la civilización, como ciencia social se convirtió con rapidez en el credo nacional; sólo él parecía explicar las causas de las carencias. Las instituciones eruditas y las universidades que habían sido centros organizativos de la oposición al régimen zarista durante los años sesenta del siglo XIX (en lengua rusa las palabras estudiante y revolucionario eran casi sinónimas), se vieron invadidas por la nueva moda intelectual. Toda la sociedad se politizó. Se produjo una oleada gigantesca de huelgas espontáneas, la mayor protesta laboral jamás vista en la historia de Rusia. A medida que la ley y el orden se resquebrajan en las ciudades se produce un incremento notable de la violencia, no toda achacable a la creciente militancia del movimiento obrero, hay asaltos y asesinatos resultado del vandalismo y la delincuencia común. Las revueltas manifiestan claramente el profundo odio que los campesinos sienten por la nobleza. Se ha estimado que el régimen zarista “ejecutó a quince mil personas, disparó o hirió al menos a veinte mil y deportó o desterró a cuarenta y cinco mil” entre mediados de octubre de 1905 y la apertura de la primera Duma estatal en abril de 1906. Difícilmente podía ser un inicio prometedor para un nuevo orden parlamentario. No había nada en las nuevas leyes fundamentales aprobadas por la Duma que sugiriese que en adelante la autoridad del zar debía emanar del pueblo, a lo que se oponía Nicolás II extremadamente reticente a desempeñar el papel de monarca constitucional. Todo el periodo de la historia política rusa entre las dos revoluciones (la de 1905 y la de 1917), se caracteriza por el enfrentamiento entre realistas y fuerzas parlamentarias.

El paneslavismo y el pangermanismo eran dos doctrinas mutuamente autojustificantes, la una no podía existir sin la otra: el miedo a Rusia unía a todos los patriotas alemanes, mientras que el miedo a Alemania tenía el mismo efecto en los patriotas rusos. “Una guerra entre Rusia y Austria sería un elemento muy útil para la revolución, pero hay muy pocas posibilidades de que Francisco José y Nicolás nos den un regalo así”, comentó Lenin a Gorky en 1913. Acertaba en lo primero y se equivocaba en lo segundo. La Primera Guerra Mundial mostró la debilidad real de Rusia que podría haber estado lista para una campaña breve de hasta seis meses (duración estimada del conflicto), pero no para una larga contienda bélica de desgaste. A medida que las condiciones en el frente fueron empeorando y aumentaban las víctimas, la moral y la disciplina empezaron a desmoronarse. Para muchos soldados éste fue el momento psicológico vital de la Revolución, la circunstancia por la cual su lealtad hacia la monarquía se derrumbó. Las tropas se negaban a desplazarse hasta el frente, se produjeron docenas de motines en las guarniciones militares de la retaguardia e incluso cuando se trasladaban las unidades a las trincheras los hombres desertaban por el camino. El Ejército se convirtió en una enorme multitud revolucionaria, en este sentido la guerra fue el arquitecto social de 1917. Muchos soldados se acercaron a los bolcheviques, el único partido de importancia que estaba a favor, de manera obstinada, de poner fin inmediatamente a la hemorragia bélica; si el gobierno provisional hubiese iniciado las negociaciones con los alemanes en busca de un acuerdo de paz, posiblemente los bolcheviques nunca habrían llegado al poder.

Una y otra vez, la tozuda negativa del régimen zarista de conceder reformas democráticas convirtió un problema político en una crisis revolucionaria. El fin de la monarquía se celebró profusamente en todo el imperio ruso, multitudes entusiastas se reunieron en las calles, donde se hallaba el verdadero poder (el poder de la barbarie). Los símbolos del antiguo régimen imperial fueron destruidos, las estatuas de los héroes zaristas derribadas, los nombres de las calles arrancados, se arrasaron mansiones, iglesias y escuelas; se incendiaron bibliotecas y museos destrozando valiosísimas obras de arte. Los juicios y linchamientos populares eran las expresiones más comunes de la venganza popular, tanto en el campo como en las ciudades. La Rusia de principios del siglo XX parecía haber regresado a la brutalidad de la Edad Media. El derrumbe estrepitoso de todo el sistema favoreció a los bolcheviques que controlaban su propio entorno mucho mejor organizados y mucho más ávidos por obtener el poder que ningún otro partido. El propósito último de Lenin (estratega máximo del partido, trabajando entre bastidores) era conseguir el poder, para él no significaba un simple medio, sino un fin en sí mismo. Los bolcheviques no se asemejaban a ningún partido occidental, más bien constituían una casta elitista situada por encima del resto de la sociedad, los herederos de la burocracia imperial rusa, en 1921 en Rusia el número de funcionarios duplicaba al de obreros, conformaban la base social dominante del nuevo régimen; no eran proletarios, sino burócratas.

Pocos acontecimientos históricos de la era moderna ilustran mejor el efecto decisivo de un individuo en el curso de la historia, sin la intervención de Lenin la Gran Revolución Socialista probablemente nunca habría sucedido y el devenir del siglo XX hubiese sido muy distinto. Lenin llegó a Rusia siendo un extraño, no tenía casi ningún conocimiento directo de la manera como vivía su pueblo, salvo un breve paréntesis de seis meses entre 1905 y 1906, había pasado los diecisiete años anteriores en el exilio. Aparte de dos años ejerciendo la abogacía, nunca había tenido un empleo, era un “revolucionario profesional” que vivía apartado de la sociedad, se mantenía de los fondos del partido y de los ingresos procedentes del patrimonio de su madre; las 24 horas al día dedicaba su pensamiento y su vida a la revolución. Frío, inflexible (Bujarin se quejaba de que “no le importaban en absoluto las opiniones de los demás”), intolerante con la disidencia y rodeado deliberadamente de mediocres aduladores, parte de su éxito se explica, sin duda, por su dominio imponente sobre el partido. Lenin fue el primer dirigente moderno de partido que logró la categoría de Gran Lider, aclamado como un mesías, bendecido con poderes sobrenaturales (el Cristo que sacrificaba su vida por el bien del pueblo); el culto a su figura se planificó por los bolcheviques aparentemente contra su voluntad. El término “leninismo” se utiliza por primera vez en 1923. Cuando el 21 de enero de 1924 el Lenin hombre murió, nació el Lenin Dios; su vida privada fue nacionalizada. Se convirtió en una gran institución que consagrará el régimen stalinista.

En el camino hacia la utopía comunista todas las esperanzas centradas en la Revolución fueron abandonadas. En lugar de ser una fuerza constructiva, la Revolución había sido una fuerza destructiva, en lugar de liberación humana había provocado esclavitud y en lugar de progreso espiritual de la humanidad había conducido a la degradación. Suya fue la primera de las dictaduras del siglo XX que glorificó su propio pasado violento mediante la propaganda y la adopción de símbolos y emblemas militares. Profético sonaba el eco de la advertencia de Trotsky: La Organización del Partido primero sustituirá al Partido como tal, después el Comité Central sustituirá a la Organización del Partido y después un simple dictador sustituirá al Comité Central.

En 1917 un imperio que cubría la sexta parte del planeta saltó por los aires, la Revolución rusa puso en práctica (con gran consumo de vidas humanas) el mayor experimento social de la historia, que ha definido la configuración del mundo contemporáneo. El movimiento que comenzó como una revuelta del pueblo en demanda de otra realidad, amparada en la ley y las libertades civiles, contenía las semillas de su propio fracaso. La debilidad de las fuerzas sociales para sostener una revolución democrática provocó que las mismas masas de población (campesinos, obreros, soldados, estudiantes, etc) que causaron el triunfo del régimen bolchevique se convirtieran en las victimas principales de la violencia y la dictadura. El intento de “crear un mundo y un hombre nuevos” se estrelló contra el muro de la realidad. La ambición de creer que la naturaleza humana podía ser cambiada alterando simplemente el trasfondo social en el que vivía la gente fue un sueño utópico convertido en pesadilla. El hombre no puede ser cambiado tan fácilmente.

“El estado, por muy grande que sea, no puede homogeneizar a la gente ni mejorar a los seres humanos. Todo lo que puede hacer es tratar a sus ciudadanos de manera equitativa e intentar asegurar que sus actividades libres se dirijan hacia el bien común”. (Orlando Figes)