martes, 29 de marzo de 2016

JOHN KATZENBACH; “LA SOMBRA”.

Es duro quererte esconder pero no saber dónde encontrar el lugar adecuado, estar siempre alerta; vigilar la calle, desplazarse de forma imprevisible, zigzaguear entre la gente, detenerse delante de los escaparates para observar quien está detrás de ti; y que el hombre que te persigue se vaya acercando metro a metro. ¿Cómo reconocerle, si apenas le has visto unos segundos, al cabo de cincuenta años? No se sabe nada, salvo que en medio de una guerra convertía a hermanos, madres, padres, abuelos, tíos, sobrinos, vecinos, amigos, conocidos y demás personas en cifras de la muerte. No se tiene ninguna imagen, ningún nombre, ninguna identidad, ninguna huella dactilar ni marca identificativa. Únicamente se tienen los recuerdos de algunos niños que sólo le vieron un instante, viejos recuerdos que forman parte de la historia de los que murieron o sobrevivieron y ahora pueden relacionar el presente con el pasado. Un presente modificado a lo largo de los años bajo diferentes cambios de identidad. 

“Der Schattenmann”: “La Sombra” está aquí, está en todas partes, créanlo, aunque no se vea, oculta su furia, acechando en el intenso aire negro, pegajoso del calor al anochecer, se siente cómodo en la oscuridad, cree que la oscuridad le pertenece; sólo hay una cosa en este mundo a la que teme, una sola cosa: perder el anonimato, ésa es su baza, sabe que perderlo supone perder su existencia, por eso tiene que actuar deprisa, a riesgo de cometer errores, su odio hacia aquellos que culpa de “la sangre sucia” que corre por sus venas es mayor que la prudencia. 

Ni antes ni ahora se quiere morir, se hace lo que sea necesario para conservar la vida. Hay quien es capaz de aprovecharse del infierno por sobrevivir en el propio infierno. El depredador es la pesadilla, caza para no ser cazado. ¿A quién contar que el espantoso sueño, repetido durante años, se ha hecho realidad? ¡Está aquí, vivo! ¿Quién lo va a creer? El miedo busca respuestas, salidas; las víctimas llaman a la puerta pidiendo ayuda por temor a ser asesinadas. No son sólo sensaciones, son certezas que se consuman cuando aparece un cadáver y otro, y la confusión conlleva a más incertidumbre. Por una incomprensible razón parece haber matado a la persona equivocada. Es difícil encontrar porqués a ese acto. La mayoría de los homicidios que se resuelven son los que se sabe enseguida quienes son los sospechosos: un marido, una esposa, un socio, un traficante, etc., pero cuando dos vidas se entrecruzan por azar… 
 
 “…a veces el mundo parece acumular una horrible gama de dolor y sufrimiento, y lo suelta injustamente, de forma desigual, directamente en el corazón de los desafortunados”. Queda el consuelo de saber que el homicidio en primer grado no prescribe, como la venganza; la venganza se lleva en la sangre… Allá donde se posa, la huella de la violencia sólo deja sufrimiento.

lunes, 21 de marzo de 2016

POEMA: “LARGAS HORAS”.



                                                                                                                                      A María José.


            Largas horas
            sentada sobre el borde de un sueño prodigioso,
            sutil perfume a candor de tardes de lluvia,
            cuando el amor se ordena
            en pétalos de agua
            derramándose por las calles.

            La tristeza se hace música
            suave canción de invierno
            notas en la neblina del hastío
            roce de ternura en el abandono.

            Bullir trémulo,
            como terciopelo acariciando sus mejillas
            el frío del silencio.

            Vestida de perlas y rocío
            espera, espera
            cualquier íntima voz del verso
            espera.

lunes, 14 de marzo de 2016

TRIBULACIONES (XX)

Creer en la creencia: 

Vivir es ante todo una cuestión de creencias. Creemos en la familia, creemos en la iglesia, creemos en el estado. Creemos en una fraternidad, creemos en una religión, creemos en una ideología. Creemos en los ídolos, creemos en los sacerdotes, creemos en los reyes. 

Efectuamos ritos porque creemos que deben efectuarse, respetamos las prohibiciones porque creemos en los deberes y en los derechos. Creemos en el orden, en la jerarquía, en la forma, creemos en el poder que orienta nuestras vidas, sin imaginar que pueda existir alternativa, renunciando a la aceptación de un nuevo estado. Creemos en dogmas sin valor porque creemos que no creer puede desencadenar una fenomenología con graves consecuencias para nuestro porvenir. Creemos en reglas creadas por otros como si fueran nuestras reglas. 

Creemos en nuestra inocencia y en la culpabilidad de los otros (creencia primitiva), creemos en nuestra mentira y en la mentira de todos los que comparten nuestra creencia. Creemos por esperanza, por temor, por la necesidad de aplacar la angustia que conlleva toda existencia. 

Creemos en la redención del progreso. Creemos en el camino a ninguna parte de nuestra civilización. 

Las personas se pueden acostumbrar a cualquier emoción: al odio, al dolor, a la rabia, a la pena, pero no a la falta de fe; sentimiento en discordia unido por un único pensamiento humano que nos hace llorar de dicha o de tristeza. Quien se aparta de ella, está perdido.

lunes, 7 de marzo de 2016

CUENTO ÍNFIMO.19

En el rincón más oscuro del templo, envuelto en su túnica, el viejo contempla inmóvil el ir y venir de los devotos ricos y de los devotos pobres, de los enfermos y de los sanos, de los sacerdotes y de los visitantes. 

Si se fijan ustedes en la base de aquella columna – dijo el guía – verán una estatua de la divinidad que parece como si tuviera vida.