Contamos de diez en diez
porque tenemos diez dedos, por lo demás el número diez no tiene nada de
especial, así de simple, así de sencillo, así de práctico. Simple, sencilla y práctica
amén de entretenida es esta historia divulgativa de la ciencia, cuenta hechos
conocidos sin dejar de ser sorprendentes. Sitúa sus comienzos en los tiempos de
la Antigua Grecia; occidente no sería el mismo sin la civilización griega,
incluso es posible que a ella deba su existencia el FMI que con tanta impudicia
machaca a las polis griegas actuales; en fin, ésto es harina de otro costal.
Ahora nos interesa saber que Arquímedes de Siracusa estableció los fundamentos
de la ciencia mecánica, fue el científico más grande de su época (algunos
historiadores le consideran el más grande de todos los que hayan existido, por
suerte para la humanidad de ésos tenemos unos cuantos). Piteas, quien gozaba
fama de hombre fantasioso, atribuyó las mareas a la atracción de la Luna.
Hiparco, inspirándose en la forma de contar de los babilonios (de sesenta en
sesenta) introdujo la hora, en esencia es la misma que usamos hoy en día (60
minutos, 60 segundos). Pitágoras, convirtió las matemáticas en un sistema
lógico unificado, en vez de un conjunto de reglas para casos especiales.
Después de Aristóteles (padre señero de la biología, cosmólogo influyente) el
centro del pensamiento científico griego se trasladó a Alejandría (Egipto), ciudad
donde Eratóstenes de Cirene, culminó una de las grandes hazañas de la
astronomía práctica, medir la circunferencia de la Tierra, ¡casi ná!. Desviando
la mirada eurocéntrica hacia latitudes orientales, en astronomía, pintura,
alfarería, tecnología militar y administración pública los chinos igualaban a
los griegos, aventajándolos en ingeniería civil, agricultura, fundición de
hierro, fabricación de sedas y caligrafía. En el siglo I a.c. China asombra por
su nivel tecnológico, por contra centenares de años de civilización romana no
produjeron nada digno de ser llamado progreso científico. Cuando el Imperio
Romano se desintegra, el conocimiento científico se pierde en las brumas de la
fe, la cristiandad se centra en la teología y no en la “ciencia pagana”, de no
ser por los árabes la mayoría del saber antiguo se habría perdido; en ciudades
como Bagdad se ensancharon los límites de las matemáticas, la astronomía, la
geografía y la medicina. El Islam legó a la ciencia moderna mucho y bien, pero
nada comparable con el sistema numérico; si bien los decimales y el concepto de
cero se lo cargamos en el haber de la India, fueron los árabes quienes los
perfeccionaron y divulgaron.
Si se considera que la
ciencia
sólo puede desarrollarse en sociedades lo bastante ricas como para
permitir que muchos ciudadanos dediquen su tiempo sobrante a pensar, hablar,
crear y, directa o indirectamente, a nutrir a otros con medios para investigar,
el siglo XV europeo supuso un punto de inflexión. La mayor prosperidad del
Viejo Continente conllevaba la aparición de una nueva clase social a la que
sobraba el dinero y podía gastarlo en formas de entretenimiento como, por
ejemplo ya puestos elijamos, la lectura. El ocio creó la demanda. En la ciudad
alemana de Maguncia, un hábil obrero metalúrgico llamado Johannes Gutenberg,
inventa-innova la imprenta, su creación es de tal magnitud que, con mayúsculas,
se considera una de las revoluciones tecnológicas cumbres de la Historia de la
Humanidad. Algunas sociedades alcanzan cotas de organización social y política
que favorecen el renacer de las artes y también de las ciencias. Se descubre el
telescopio y el microscopio, instrumentos esenciales para impulsar el
conocimiento de las grandes magnitudes (la velocidad de la luz) y las pequeñas
magnitudes (las bacterias). Copérnico ya lo advirtió, la Tierra y los planetas
(del griego planetes = errantes) giran alrededor del Sol, corrigiendo el
equivocado modelo geocéntrico de Tolomeo,
aceptado, establecido y respaldado por la Iglesia hasta el extremo intolerante
de perseguir con la Santa Inquisición a todos aquellos que lo refutaran, amarga
experiencia vivida por Galileo que se retractó bajo tortura. Toman rumbos
distintos, la ciencia de la astronomía y la seudociencia de la astrología,
unidas hasta el siglo XVII, el llamado siglo de Newton, genio quisquilloso y
paranoico, tan mala persona como extraordinario científico, la ley de la
gravedad permanecerá siempre unida a su nombre; sobre sus hombros también
cabalgaron otros científicos, sin desmerecer a nadie, basta pasar por Darwin
(el origen de las especies y la selección natural), llegar a Einstein (teoría
de la relatividad y pieza angular de la física moderna) y terminar en el Nobel
a Crick, Watson y Wilkins (la estructura del ADN). De todo ellos nos cuenta
este ameno libro sus vidas, sus trabajos, sus logros; haciendo hincapié en los
últimos cinco siglos de descubrimiento científicos, aquéllos que más han
contribuido al desarrollo y la prosperidad que el mundo, con sus diferencias,
disfruta hoy.
Oído al parche: “El país
que elige ahogar la ciencia está eligiendo el estancamiento económico y el
declive nacional”. (Cyril Aydon)