lunes, 4 de marzo de 2019

KAREN ARMSTRONG; “LOS ORÍGENES DEL FUNDAMENTALISMO EN EL JUDAÍSMO, EL CRISTIANISMO Y EL ISLAM”.

Cuando escuchamos o leemos la palabra fundamentalismo inmediatamente lo asociamos con radical, intransigente, integrista, terrorista; adjetivos que infunden opiniones y sentimientos de rechazo, miedo e incomprensión. ¿Quiénes son estas personas?, ¿cómo es posible que crean lo que creen y hagan lo que hacen?, nos preguntamos, y además en nombre de Dios. En cualquier etapa de la historia han existido movimientos religiosos reaccionarios opuestos al desarrollo de la civilización. El malsano, extremo y excluyente amor a Dios gratificado por el odio a otros seres humanos, no es una tendencia esencialmente del siglo XX y principios del XXI, ni característica de un credo religioso o de otro. Todo cambio social, político, económico, tecnológico e intelectual, toda nueva forma de espiritualidad religiosa encuentra resistencias.

Karen Armstrong hace hincapié en la premisa, descrita por los griegos, entre las dos definiciones de explicar, entender o buscar la verdad: mythos y logos (relato y argumentos). El mythos acoge la verdad de la narración mítica, el pensamiento espiritual, el sentido de lo eterno y la creencia religiosa. Las sociedades antiguas expresaban la naturaleza de su humanidad a través del mythos: el vínculo de la religión y su lugar en el mundo. Si se priva a los creyentes del culto, la plegaria y los rituales los mitos y las doctrinas carecen de sentido, la creencia religiosa deja de ser significativa. La verdad del razonamiento científico y político pertenece al ámbito del logos, capaz de organizar la sociedad sobre una base eficaz y pragmática; sin embargo vano para responder a las grandes preguntas de la existencia. Estos dos caminos del conocimiento (mythos y logos) se mantuvieron separados desenvolviéndose entre sí en respetuoso equilibrio, cada uno necesitaba del otro para prosperar; hasta que, después de la Ilustración, se priorizó la visión de la verdad científica por encima de la verdad espiritual. Por ejemplo: antes de la Edad Moderna, los judíos, los cristianos y los musulmanes disfrutaban de las interpretaciones alegóricas, simbólicas y esotéricas de sus textos sagrados; la lectura literal e histórica de la Biblia es una preocupación que surge del predominio del conocimiento racional sobre el mito. Se destruyó la convivencia entre logos y mythos; el logos llegó a ser tan enérgico que desacreditó al mythos: el logos era una verdad fáctica, mientras que el mythos era eso mito.

Perdido el sentido original del mythos, Europa rompe con la tradición y establece las bases de su cosmovisión del mundo (incluyendo la religión) sobre una cultura científica y laicista. Occidente descubre que la democracia es una conquista beneficiosa de organizar una sociedad moderna, por lo tanto la religión también está obligada a modernizarse como parte esencial de este progreso. El ideal de un estado democrático laico: justicia social, igualdad de derechos, libertades individuales, gobierno secular, división de poderes, fe privatizada, separación religión-estado, pensamiento racional, etc. promovido por occidente supuso para algunos grupos religiosos de mentalidad conservadora (principalmente musulmanes, aunque también judíos y cristianos) que se sintieran amenazados por una fuerza hostil, invasora, en muchos casos asociada inevitablemente a la colonización y la dominación extranjera. Algunos de los extremismos religiosos que han surgido en el mundo moderno de hoy, tienen su origen en el temor a la aniquilación de su espiritualidad. Impulsados por el miedo a no poder mantener su fe y por el sentimiento de persecución, estos movimientos fundamentalistas reinterpretaron el mythos como logos, tomando los principios religiosos literalmente, como verdades de uso en la vida política y legislativa; cometieron el gran error de pensar que el mythos se puede adaptar al logos, el espíritu responder a la lógica, cuando por su naturaleza ambos no pueden.                 

En una época supuestamente dominada por la razón y la tecnología, el fundamentalismo cobra fuerza no tanto con la intención de rescatar antiguas tradiciones o morfologías de un credo religioso, sino como una respuesta única a lo que considera agresiones (materiales y espirituales) del mundo moderno. Una forma radical (a veces terriblemente violenta) de expresión religiosa: la batalla de su Dios en un mundo al que rechazan pero del que no pueden escapar.