domingo, 26 de junio de 2011

MÁXIMO JOSÉ TOBÍAS; “MICHAEL JORDAN. EL REY DEL JUEGO”.

 Dicen que en Wilmington (Carolina del Norte) existía una ley producto de usos y costumbres por la cual “los jóvenes blancos jugaban al beisbol y los jóvenes negros al baloncesto”, es posible que esta norma consuetudinaria fuera la causa original, la gracia para que Michael Jeffrey Jordan (Nueva York 17-02-1963), un muchachote negro sin ninguna habilidad para el trabajo manual (según su padre), vago en las tareas domésticas, aplicado lo justo en los estudios pero amante del deporte donde encontró su lugar en el mundo y un sitial en el Olimpo de los dioses atletas. Aunque los comienzos no fueron miel sobre hojuelas, a un tris estuvo de arrojar la toalla al ser cortado para formar parte de la primera plantilla del equipo de baloncesto de su instituto, la plaza fue a parar a manos de un tal Leroy Smith (seudónimo, que años más tarde, adoptaría Jordan para inscribirse en los hoteles ocultando su verdadera identidad. ¿Venganza?, ¿rencor? o ¿simples ironías de la vida?). La decepción dura lo que tardan los aficionados en llenar el pabellón escolar, acudiendo a la llamada de las voces que cuentan y no paran -yo también quiero ser testigo- de un base apodado “Magic Jordan” que anota sí o sí 40 puntos. Exuberancia física, talento natural indómito que requiere subir un nuevo escalón.

Por aquel entonces en Carolina del Norte “ningún gorrión se posa en una cancha de baloncesto sin el consentimiento de Dean Smith” todopoderoso entrenador de la Universidad de North Carolina (UNC). Así pues, este pájaro proyecto de jugador de baloncesto es reclutado por dicha institución académica. Deja de ser llamado Mike, es tratado como un adulto y el jefe de prensa le presenta como Michael Jordan. Aunque su juego sufre de limitaciones graves tanto en defensa como en ataque, en sus primeros entrenamientos deslumbra a técnicos y compañeros por su velocidad, capacidad de salto e intensidad. Ante este panorama no queda otra que ponerse al tajo; actividad que no rehúye, todo lo contrario, aprende a controlar su cuerpo, a coordinar sus movimientos, a aprovechar sus virtudes atléticas y a desarrollarse técnicamente. Fruto del esfuerzo obtiene la recompensa individual (mejor jugador universitario) y colectiva (campeón de la NCAA). Sólo es la inauguración de una vitrina plagada de trofeos. De su paso por la universidad siempre le acompañarán la pasión por el entrenamiento ya sea durante la temporada deportiva o las vacaciones de verano, la adicción al golf, la competitividad compulsiva tanto dentro como fuera de las canchas (ludopatía dicen las lenguas viperinas) lo que le ocasionará en su punto y hora problemas legales por verse envuelto en el turbio mundo de las apuestas ilegales de golf y cartas (aparece su nombre asociado a personajes con antecedentes penales por tráfico de drogas, posesión de armas y evasión fiscal), el ritual cuasi supersticioso que mantendrá a lo largo de toda su carrera profesional de llevar debajo del uniforme de juego los calzones celestes de su universidad como símbolo de identidad y el estudio incompleto de la licenciatura en geografía.
 
Desde el 19 de junio de 1984, cuando fue elegido en el puesto número 3 del draft de la NBA, la historia de Michael Jordan va coligada a la puesta en el mapa deportivo de los Chicago Bulls y su contribución al relanzamiento mediático mundial de la NBA en concreto y del baloncesto en genérico. El hombre que no fue elegido por los Portland Trail Blazers (ellos necesitaban un tío grande, manifestaron) cagada monumental que se les echará en cara por los siglos de los siglos; el hombre que genera dudas sobre su posición (le falta tiro para jugar de escolta y altura para ser alero), inseguro de sus capacidades y agradecido a la confianza de entrenadores y ejecutivos, que realiza acciones descritas como ejemplo de decisiones erróneas, referencia de la selección USA ganadora de la medalla de oro olímpica arrasando a todos sus rivales, empresa de la que volverá a ser protagonista años más tarde formando parte del famoso Dream Team. El hombre que sitúa en el inconsciente colectivo de más de una generación de aficionados al baloncesto el número 23, calza unas zapas con su propia marca (Air Jordan) y logotipo (el jumpman) que quitan el sueño a los pies de jóvenes y adolescentes, luce estampa en vallas publicitarias, posters y carpetas, protagoniza anuncios vivarachos dirigidos por Spike Lee pioneros en el futuro de la publicidad deportiva, llena las pantallas de la televisión hasta modificar la programación de las cadenas para incluir más partidos de los Bulls, abarrota las gradas del Chicago Stadium, inmortaliza la frase de Larry Bird “esta noche he visto a dios disfrazado de Michael Jordan” después de endosarles 63 puntos a los orgullosos Boston Celtics, el jugador mejor pagado de la NBA, el implacable con las debilidades y carencias de los compañeros a los que humilla en los entrenamientos y mortifica con burlas y críticas a veces hirientes, el aséptico en su compromiso político-social para no molestar a la mayoritaria comunidad blanca anglosajona… Se suceden las temporadas, caen los títulos: MVPes, All Stars, Anillos de Campeón, Mejor Esto, Mejor Lo Otro. Repentina retirada después del asesinato de su padre; especulaciones sobre los motivos (aparece la palabra mafia, carnaza para la prensa amarilla), momentos difíciles, duros, amargos que llevan al ser humano a desear apartarse de los focos del gran circo, nada mejor para ello que refugiarse en un equipo de las ligas menores de beisbol, aquella disciplina atlética para la que no estaba predestinado. Terapia cumplida, vuelta a la pista central; más maduro en el trato con la prensa y moderado en el vestuario (la vida enseña). De vuelta a las canchas con un número efímero, el 45: se suman más MVPes, All Stars, Anillos de Campeones, Mejor Esto, Mejor Lo Otro, ayuda a los dibujos animados de la Warner a derrotar a los invasores del espacio (Space Jam), se establece el record (las 72 victorias de los Bulls). Honores y hazañas: ganar un partido decisivo con gripe vírica, superar dolores físicos y lesiones, trabajo, esfuerzo, dedicación para culminar el reto, para alcanzar las conquistas que nadie le debe regalar. Honores y hazañas hasta una nueva retirada. Pero aún queda un tercer acto; cumplir el tópico (nunca terceras partes fueron buenas); le esperan los Washington Wizards de inicio en la distancia de los despachos, el traje y la corbata, después entre olor a linimento y sudor pisando el parquet de la cancha, incontenible a los embriagadores cantos de sirena del balón girando en el aire, entrando sin tocar el aro y acariciando la red de la canasta. El espejismo de reverdecer laureles. La despedida del escenario antes de colgar la máscara del héroe y descender a la platea donde habitan los seres vulgares.

 Biografía más profesional que personal, más pública que privada, más extravertida que introvertida de un mito (“persona que por su valor o importancia se hace muy famosa”), de una leyenda (“personaje al que se asigna una imagen arquetípica”) de una alegoría de la moderna historia del deporte mundial. Lectura que principalmente hará las delicias de los aficionados al baloncesto.

“Quienes escribieron que todos los hombres nacen iguales no sabían que iba a nacer Michael Jordan”. (Rick Barry, incluido entre los 50 mejores jugadores de la historia de la NBA).