domingo, 20 de noviembre de 2011

CHONG CHI-YONG; “NOSTALGIA”.

Descendiente de un comerciante en potingues de medicina tradicional china; bautizado en la fe católica símbolo y señal que determinó el modo de conducirse por la vida; casado a los doce años como por aquel entonces mandaban los cánones de las costumbres tradicionales; la voluntad benefactora le permitió asistir a la escuela secundaria, para sin solución de continuidad realizar estudios universitarios en Japón obteniendo el grado en literatura inglesa con una tesis sobre William Blake quien junto a Walt Whitman personifican sus influjos occidentales; de vuelta a la patria, ejerce de profesor en diversas universidades (entre ellas la Universidad Nacional de Seúl) y de traductor; Chong Chi-Yong es considerado uno de los padres fundadores de la moderna poesía coreana, incluido en noveno lugar en la lista de “los cien mejores escritores coreanos”; en el año 1950 (guerra de Corea mediante) es para unos detenido o para otros secuestrado por tropas de Corea del Norte y llevado a Pyongyang donde parece que murió en prisión víctima del daño colateral de una explosión.

La muerte abre las puertas de la inmortalidad con la llave que forjó la vida. Sintiendo el frío de la mesa de mármol, sollozando bajo la mirada atenta de las lámparas ojos de serpientes, reptiles extraños, dragones que escupen como humo y fuego los deseos de la naturaleza y los sentimientos humanos demasiado humanos, y mastican los huesos blancos de las preocupaciones. Se puede escapar de todo menos de la tristeza por la ausencia de los seres queridos. La nostalgia de los arroyuelos de aguas transparentes que corren desde las cimas (lugares donde habitan las aves pasajeras y pone un pie el arco iris), de las arenas rojas que pisa el buey albo, del rocío en los campos de cultivo, de la luz del cielo azul sobre las cercas de bambú, de los pollitos de algodón que picotean los granos del suelo rocoso del patio y de los hilos de plata que flotan en el viejo estanque. Recuerdo de una mañana de primavera, mañana feliz, aletean las mariposas, las dalias florecen y las golondrinas vuelan espantadas por las campanadas del reloj; la mirada se pierde embelesada oteando el cielo sin importar los colores de la tierra. Añoranza, el deseo de regresar a casa cantando las canciones que se aprendieron en la niñez, escuchar los cuentos antiguos para alentar el retorno y aliviar el cansancio de la vida; volver a oír el ronroneo del agua entre las piedras, el silbido del viento entre los pinos; volver a la tierra soñada del paisaje dormido, de los aromas aletargados que despejan las sombras del amor apasionado. Cuadro de tardes melancólicas: al otro lado de la ventana se encienden las luces del puerto, las figuras se diluyen en la niebla y la angustia persiste. Fuera del brillo del cristal los lamentos de un faro solitario, las gaviotas vuelan por encima de las olas que arrastran una y otra vez su espuma sobre la faz de las islas lejanas; la presencia constante del mar con las velas extendidas para recoger toda la fuerza de las metáforas nada irreales, nada fantasmagóricas, cercanas imágenes de contornos precisos con los pies sobre la tierra de inocente asombro.

Fresco, conciso, sutil, suscita sentimientos de complicidad y alegría suave. Tristeza fina, delicada que acompaña siempre al corazón y nos hace soñar con días despejados en los que los rayos del sol alimentan a los girasoles, calientan la espalda de los caminantes y el dolor parece trivial. En el horizonte queda la necesidad involuntaria de volver a sentir el frío del invierno y refugiarse junto al fuego del brasero a esperar la llegada de las verdades ausentes.