lunes, 16 de marzo de 2015

ORIANA FALLACI; “INSHALLAH”.

Inshallah, destino. ¿Y si lejos de expresar esperanza, buenos auspicios, confianza en la misericordia divina o sumisión, resignación y renuncia a sí mismo, significara el triunfo de la vida? ¿Y si la vida absorbiera la energía de quien la combate y se alimentara de ella, si fuese la vida quien se comiera a la muerte? La vida es el caos y no la muerte. El guión está escrito, fortuna o infortunio, entrañan turbiedad, inquietud, ambigüedad, reflejan enteramente la accidentalidad, la inexplicabilidad de la vida, el misterio por el que en circunstancias idénticas los amigos se vuelven enemigos, los hermanos matan a los hermanos, unos vencen otros pierden, unos se salvan y otros mueren, unos son proyectados por el hongo de la explosión de un coche bomba, llevados al cielo y escupidos otra vez a la tierra y otros buscan bajo los escombros, entre tufo a carne carbonizada, restos humanos sepultados.

Beirut, la llamada Suiza de Oriente Medio, hubo un tiempo en el que fue una de las ciudades más cómodas y agradables de nuestro planeta, para vivir y para morir de vejez o enfermedad. Beirut, pasado feliz, presente desesperado, futuro incierto. Beirut, donde un niño de ocho años ya no es un niño, es un hombre acostumbrado a matar. Escombros y escombros, cadáveres y cadáveres. Beirut, cuartel de las Fuerzas Multinacionales, miedo, inseguridad y ¿qué hago yo aquí? Para hacerse un hombre de verdad hay que ir al ejército. Quería conocer la guerra vista en el cine, en la televisión, te engatusa el uniforme y el sueldo con el que te pagan un trabajo que no es trabajo, sino juego. Déjate de hipocresías; es divertido desfilar, disparar el fusil, simular que se está haciendo la guerra. Cuentos, nada más que cuentos, que le habían hecho tragar como un gilipollas, para traerle a pasarlas putas al Líbano; que si iba a ser una noble empresa, una experiencia de la que sentirse orgulloso, que si los habitantes de la ciudad lo acogerían con los brazos abiertos, que si aquella pobre gente necesitaba ayuda. Antes de venir a Beirut esta ciudad era para él un puntito en el mapa, ni siquiera sabía que los palestinos vivían allí y no en Palestina. Todos creían en un dios diferente y con la disculpa de ese dios diferente se degollaban como a cerdos. En medio de la ciudad de la guerra, están ellos, las tropas internacionales, carentes de un mando conjunto, cada contingente funciona a la buena de dios, cubriéndose sus propias espaldas, sin discutir, obedeciendo órdenes, exhibiendo el desprecio al peligro, cumpliendo con su oficio y se acabó, intentando sobrevivir, midiendo el tiempo por latidos, no cuentan las horas, no cuentan los días, cuenta la próxima respiración, mientras intentan poner un poco de paz, hacer valer que no es cierto que el fin justifique los medios, si los medios son sucios hasta el fin más noble se vuelve sucio, ningún asesino es un mártir, ni entrará en el jardín del paraíso; a dios no se le defiende con un kalashnikov.

La guerra es un espectáculo cruel, un cáncer que se come el corazón, una lepra que pudre el alma, el más extraordinario banco de pruebas del destino, descubre lo que la persona es capaz de hacer en el momento extremo, cosas que en la paz no haría nunca. ¡Maldita guerra! Dolor, sufrimiento, sufrimiento y miedo. Disparos, muchos disparos, retumbar de bombas y morteros. Matar y matar, en la guerra no se hace otra cosa que matar. Morir y matar, matar y morir. Es fácil matar, tan fácil como morir, basta con apretar un gatillo. En la guerra, la muerte es como una amiga, como una hermana, como una madre que ofrece reposo. “Fuck the war”, “fuck the war”, ¡a la mierda la guerra!

Realidad inventada, reinventada, hasta hacerse realidad, como un círculo cerrado, como una serpiente que se muerde la cola. Más de medio centenar de historias o de tragedias, debería decir. Sí, también hay esperanza, amor y una pizca de felicidad, pero el desgarro lo envuelve todo, acapara el escenario, a todos los convierte en víctimas. Entre los escombros de una casa derrumbada por las bombas, nace una bellísima higuera; símbolo mismo de una humanidad desdichada e infeliz, que cuanto más desdichada e infeliz es más necesidad tiene de dar y recibir amor. El hombre comprende que pese a su perfidia y su estupidez es la verdad la medida de todo, en cualquier caso, es la única balanza que tenemos para pesar la vida, la única referencia que tenemos para intentar explicarla.

Fallaci quiso escribir una gran novela, posiblemente la obra literaria más importante de su vida, y méritos no le faltan. Le pesa el exceso.