lunes, 23 de agosto de 2021

SEXAGÉSIMA SÉPTIMA MADRUGADA

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La adolescencia fue una etapa repleta de mitos, unas veces hermosa y otras terrible pero nunca serena, ¿qué adolescencia no lo es? Apenas me recuerdo más ingenuo que ignorante, más pillo que listo, más atrevido que prudente y siempre más introvertido que extravertido. 
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De la adolescencia me quedo con su percepción de que el tiempo pasa muy despacio y con Tarzán de los monos. 
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Tarzán forma parte de mi patrimonio emocional. Aquellas tardes de sábado viendo las viejas películas en blanco y negro de Johnny Weissmuller viajando a grito pelado de liana en liana. Aquellas noches bajo las mantas a la luz de una linterna leyendo las novelas (ilustradas o en tebeo) de Edgar Rice Burroughs. Para un adolescente prisionero en un internado Tarzán era la libertad soñada, nadie podía vivir en mayor libertad, el gran mito del hombre libre. Vivir en un idílico mundo salvaje, la vuelta al Paraíso Terrenal. El primer ecologista, el primer naturalista, el primer ambientalista que saliendo de la pantalla entró en mi conciencia. Un tipo en taparrabos que habitaba en una casa construida en lo alto de un árbol sin un solo mueble de IKEA, que se comunicaba con los animales y se mantenía en contacto con tribus de diferentes etnias y culturas; ¡cómo para olvidarlo!