lunes, 16 de abril de 2012

ROSS RUSSELL; “BIRD. LA BIOGRAFÍA DE CHARLIE PARKER”.

Yardbird o Yard o por siempre y para siempre Bird, pollo de corral, individuo desarraigado incapaz de integrarse en la sociedad, pájaro que planea por cielos inalcanzables, por horizontes iluminados, vuelos imposibles. Tranquilo, triste e introspectivo. Extrae de la funda hermosa, reforzada en piel, un saxo Selmer mi bemol alto francés confeccionado con manos expertas, monta el instrumento pieza a pieza, la caña Rico número cinco, la caña más dura del mercado, la más severa de controlar, la que da el sonido más impresionante, la que requiere mayor fuerza de soplo, la de menor flexibilidad y rapidez de ejecución, la prueba del algodón para el soplador. Respiración, embocadura, digitación, fraseo, giros, progresiones, el hombre y el instrumento se convierten en un todo, los ángulos de sujeción se funden, los dedos se ajustan a las llaves (movimientos suaves y rápidos), el saxofón es una pieza del cuerpo, cuando se mueve, él también se mueve, el saxofón es una extensión de la voz; el aire vibra, la sala vibra, la batería, el piano, el contrabajo, la trompeta vibran, todo el club es un inmenso saxofón. Manos que han soportado muchas horas de disciplinado entrenamiento autodidacta aprendiendo escalas que no se olvidan nunca, corrigiendo defectos, preparándose él solo, al jazz dedica todos sus esfuerzos, el jazz ocupa todo su tiempo (vive la música las veinticuatro horas al día), en el jazz gasta todas sus energías creativas y expone sus esperanzas, miedos, amores, odios, obsesiones, su visión de la belleza musical. Su cabeza está repleta de melodías e ideas, el motor de un coche, el murmullo del viento. Numen que lleva dentro la música, nunca toca de la misma manera dos noches seguidas.

El genio no surge de la nada, ni de un laboratorio de asépticos experimentos musicales, sus raíces están profundamente asentadas en la cultura popular afroamericana, rica, genuina y canalla de Kansas City, paraíso de corrupción, diversión y pecado donde se saltan a la torera las leyes de la prohibición, centro estratégico de distribución de cocaína, morfina y heroína que abastecen los mercados de narcóticos de todo el sudoeste de Norteamérica, pero como punto de encuentro de las compañías en gira por las rutas del vodevil, también es zona de contratación de artistas, reserva de músicos de gran talento que convierten el lugar en el último enclave negro que desarrolló un estilo coherente de jazz. En cada gran ciudad de los Estados Unidos había un Instituto Lincoln o equivalente, la típica escuela para negros con el nivel académico bajo mínimos, pero con un departamento de música que sobresale del resto de enseñanzas y como consecuencia una banda escolar elegante y bien adiestrada. Por aquel entonces, la música era una de las escasas profesiones abiertas a los negros, aunque paradojas de la segregación y el racismo, no había ni un solo músico negro que tocara en las orquestas sinfónicas del país y las big band de color encontraban graves dificultades (si no estaban prohibidas) para ser contratadas en ciertas regiones del profundo sur norteamericano. La madre de Charlie tira de ahorros para comprarle un saxofón alto de segunda mano, no hay instrumento más adecuado en una metrópoli en la que el saxofón ha alcanzado altas cotas de desarrollo y creatividad, a Kansas City se la conoce como la ciudad de los saxofones: Herschel Evans, Ben Webster, Lester Young, este último se erige en el ídolo, el modelo escogido, la línea imitada hasta hacer imposible distinguir al disfraz del original. La música se convierte en el único interés de su vida, junto a la marihuana que se vende barata y es fácil de conseguir en cualquier esquina, en las tiendas de música o en los servicios públicos, a los 14 años se inicia en su consumo. Fuma y toca, toca y fuma, progresa adecuadamente. La banda del instituto se queda pequeña. Pocos colegas han llegado lejos en la escuela, lo que necesita aprender se enseña en otros lugares, las clases son los bares, las salas de baile, los cabaret y los drugstores abiertos durante toda la noche. A los 15 años ya domina el argot, abandona el canuto y el colegio, comienza a inyectarse heroína y su principal objetivo es convertirse en músico profesional con plena dedicación. Cuatro años antes de la edad legal permitida, obtiene el carnet del sindicato. Se busca trabajo por un dólar y veinticinco centavos, lo encuentra en vetustos cabarets con fachadas de ladrillo rojizo y anuncios de bombillas de colores desvaídas; dentro, escenarios pobremente iluminados, pistas que huelen a ropa vieja, sobacos sudados, culos sucios y perfume barato; salas donde reinan las princesas del baile de alquiler (prostitutas, actrices fracasadas, busconas y chicas huidas de casa) que hacen los honores de viajantes, oficinistas y desertores del hogar, vidas que se apearon en la estación de los sueños rotos; antros con los servicios de caballero sembrados de vómitos y condones usados. Empleos en los que a veces para cobrar el sueldo de una semana, hay que poner una pistola calibre 45 sobre el mostrador. Vivir entre tinieblas que iluminan las primeras jam sessions; los músicos esperan pacientes su turno, uno tras otro componen los solos, interpretan su versión de la misma melodía, las notas airosas, fértiles, los sonidos rabiosos caen en cascada. Los gánsteres que regentan los clubes apoyan estos encuentros mientras la libre creación satisfaga el negocio, lo impredecible sobre lo que puede pasar y quien puede aparecer atrae a tantos clientes como artistas de renombre, al final de la noche se pasa el platillo y se reparte el dinero de la colecta entre los músicos intervinientes. Salas de baile, cabarets, clubes de jazz, didácticas giras explotadoras en orquestas de segunda y primera; todos los caminos conducen a Roma y esa Roma se llama Nueva York.


Diezmadas por la II Guerra Mundial las grandes orquestas tenían los días contados, la era del swing pasó a mejor vida. Las compañías discográficas, los clubes, los locales de varietés buscan salidas que se ajusten al sistema económico y al rumbo marcado por el gusto imperante. Se imponen estilos como el rhythm and blues padre del rock and roll y formaciones reducidas como el pequeño combo, que se instala para permanecer y dominar el jazz. En este caldo de cultivo, el club más famoso de Harlem, el Minton´s Playhouse es escenario activo de la revolución que cambia por completo el universo jazzístico. Entre 1941 y 1944 el swing se va transfigurando en un nuevo estilo, el bebop (palabra onomatopéyica que se impone como denominación aun no siendo del agrado de los músicos); en las jam sessions, en las actuaciones los músicos negros utilizan todo su talento para ejecutar melodías espinosas, contratemas, acordes lanzados, giros en torno a puntos fijos, sonidos que fluyen maravillosos, repeticiones ad infinitum apuntan sus críticos, a pocos periodistas de la prensa especializada les gusta esa música, la mayoría de ellos la odian, escriben artículos para explicar a sus lectores el fenómeno del bebop sin conseguirlo, lo llaman “no jazz” o “antijazz”, lo consideran “quincallería musical”. El jazz siempre ha estado al socaire de las reglas establecidas y los hombres del jazz ocupan un lugar equivoco en el mundo del espectáculo; aun así el nuevo lenguaje, la nueva jerga musical, el bebop es escuchado como una revelación y sus ejecutantes son tratados como profetas; si Dizzy Gillespie es el dedo creador, Charlie Parker es la mente inspiradora, los iniciados eligen a Parker por encima de Gillespie como icono de su devoción, para las gentes negras urbanas de su generación Charlie es un auténtico héroe cultural.

Con 25 años, Charlie Parker es el músico de jazz más admirado por sus colegas. Durante el periodo de alta creatividad artística vive libérrimamente, a salto de mata, como le viene en gana y a él le gusta, sin obligaciones, acarrea una vida desorganizada entregado a una serie desmedida de placeres, consume sin control a lo grande: grandes cantidades de comida, grandes cantidades de alcohol (whisky, oporto), grandes cantidades de drogas duras (morfina, heroína) y grandes cantidades de sexo (modelos, bailarinas, cigarreras, chicas de guardarropa o barra, cualquier mujer que desee acostarse con él); lleva su cuerpo al límite, pero por encima de toda desmesura está la música. Psicológicamente incapaz de repetirse así mismo, una improvisación le conduce a otra, escucharle es una experiencia vibrante, conmovedora, emocionante y angustiosa, “tocaba cada pieza como si intentara derribar los muros de Jericó”. Derrocha su salud y su talento. Las adiciones aceleran su soledad y su personalidad compleja, inestable, convulsa, dramática agigantan la tendencia paranoide a la autodestrucción. Bajo los efectos del síndrome de abstinencia es incapaz de tocar, su cuerpo depende cada vez más de la dosis diaria de heroína, a veces cuando está colocado toca bien, incluso brillante, “Embraceable You” una de las improvisaciones más inspiradas de la discografía del jazz ¿pudo ser resultado de la dosis que se metió dos horas antes?, se acuña el dicho incierto e injusto “Parker más heroína igual a genio”.

La chispa se apaga. Los grandes éxitos dejan paso a los grandes fracasos. Arte mudable en constante vanguardia por excelencia, el jazz dilapida a sus santones en menos de una generación. El ídolo del gueto, el maestro absoluto del saxo alto, el saxofonista que camina cien pasos por delante de cualquier otro músico de los años 40, el semidiós del bebop se convierte en un anacronismo. Parker, frustrado y desdichado intenta suicidarse tragándose un tubo entero de pastillas calmantes e ingiriendo una botella de yodo. Requiere internamiento siquiátrico e intervención sanitaria, diagnóstico médico: drogadicción, alcoholismo crónico, cirrosis, úlceras gástricas, esquizofrenia y comportamiento paranoico derivado o agravado por el alto consumo de alcohol y drogas. Enfermo, agotado, tocado y hundido encuentra refugio en el lujoso apartamento de la baronesa Pannonica de Koenigswarter (la única amiga que, probablemente, nunca tuvo intereses mercenarios en él); tumbado en el sillón del salón, desgastado por la enfermedad, dice la leyenda que a Charlie Parker se le llevó la muerte de un ataque de risa viendo la televisión.
 

A los 34 años o a los 53 que estimó la policía, se desvanece el sueño de habitar una casa propia, con libros, cuadros, un piano de cola, una espléndida colección de discos y hasta una piscina, un paraíso donde recuperar la salud escuchando a Stravinsky, Schoenberg, Bartok, Varese, Berg,… Deja un caudal de ideas musicales imperecederas, eternas y contemporáneas.
 “Bird Lives!”