Ocupan planetas inhóspitos, lugares estratégicos donde combatir al enemigo en condiciones extremas, frentes de batalla donde espera la muerte (de cada 60.000 soldados sólo el 1,2% logrará sobrevivir durante 10 años). Una guerra se gana gracias a la enmarañada interrelación entre victorias militares, presiones económicas, maniobras logísticas, espionaje del enemigo, intereses políticos, censura de los medios de comunicación, manipulación informativa y anestesia moral de la conciencia ética. La misericordia es un lujo, una debilidad que no se puede permitir. Para facilitar la acción, los soldados bajo el influjo de una terapia de sugestión poshipnótica acatan la orden de aniquilar a cuantos miembros puedan de la otra especie inteligente, cumplir con la misión satisfaciendo la imagen del guerrero ideal, matar, luchar, luchar, matar sin importar uno mismo ni mucho menos los individuos que se tienen enfrente, que cada vez más parecen venir del futuro. Pero cuando cesa la inercia atroz del efecto condicionante, conscientes de la sangrienta realidad, sienten una soledad nauseabunda, un aturdimiento culpable, parece imposible haber cometido semejante carnicería. Algunos soldados enloquecen y otros se vuelven adictos a las drogas tranquilizantes con el fin de adormecer el recuerdo de los miles de asesinatos perversos ejecutados sin atenuantes. ¡Nunca habían deseado ser soldados, nunca lo desearían! ¡No hay gloria en la guerra! El mal, el dolor, el miedo, el odio, la frustración, la confusión, la futilidad, la desgracia, ¿dónde, cuándo y cómo empezó todo este espanto?, ¿por qué se mantuvo durante más de mil años? Comenzó por el absurdo absoluto de la estupidez maledicente, por la falsedad de un malentendido provocado:
domingo, 27 de mayo de 2012
JOE HALDEMAN; “LA GUERRA INTERMINABLE”.
Ocupan planetas inhóspitos, lugares estratégicos donde combatir al enemigo en condiciones extremas, frentes de batalla donde espera la muerte (de cada 60.000 soldados sólo el 1,2% logrará sobrevivir durante 10 años). Una guerra se gana gracias a la enmarañada interrelación entre victorias militares, presiones económicas, maniobras logísticas, espionaje del enemigo, intereses políticos, censura de los medios de comunicación, manipulación informativa y anestesia moral de la conciencia ética. La misericordia es un lujo, una debilidad que no se puede permitir. Para facilitar la acción, los soldados bajo el influjo de una terapia de sugestión poshipnótica acatan la orden de aniquilar a cuantos miembros puedan de la otra especie inteligente, cumplir con la misión satisfaciendo la imagen del guerrero ideal, matar, luchar, luchar, matar sin importar uno mismo ni mucho menos los individuos que se tienen enfrente, que cada vez más parecen venir del futuro. Pero cuando cesa la inercia atroz del efecto condicionante, conscientes de la sangrienta realidad, sienten una soledad nauseabunda, un aturdimiento culpable, parece imposible haber cometido semejante carnicería. Algunos soldados enloquecen y otros se vuelven adictos a las drogas tranquilizantes con el fin de adormecer el recuerdo de los miles de asesinatos perversos ejecutados sin atenuantes. ¡Nunca habían deseado ser soldados, nunca lo desearían! ¡No hay gloria en la guerra! El mal, el dolor, el miedo, el odio, la frustración, la confusión, la futilidad, la desgracia, ¿dónde, cuándo y cómo empezó todo este espanto?, ¿por qué se mantuvo durante más de mil años? Comenzó por el absurdo absoluto de la estupidez maledicente, por la falsedad de un malentendido provocado: