viernes, 9 de noviembre de 2012

IRÉNE NÉMIROVSKY; “EL BAILE”.

Ayer como hoy si se anda sobrado de ambición, falto de escrúpulos y ojo avizor para cazar chanchullos, el negocio en sectores especulativos puede generar grandes beneficios económicos, tantos como para, de la noche a la mañana, convertir a un avispado empleado de banca (en sus lejanos inicios botones con librea azul) en un financiero ricachón. El pelotazo bursátil revienta las huchas de dinero, permite el cambio de residencia (atrás queda el viejo barrio humilde), llena espaciosos armarios roperos de lujosas ropas, contrata a la servidumbre y cambia las costumbres: ¡cuidado!, en presencia de los sirvientes la familia debe tratarse de usted, es importante guardar las formas porque los sirvientes son los que crean una reputación yendo de una casa a otra contándolo todo. En brazos de la fortuna, los nuevos ricos con delirios de grandeza, entran en el paraíso de las apariencias visibles, urge el reconocimiento social, ¿de qué servirían las suntuosas mansiones, los coches bonitos, los vestidos elegantes, las piedras preciosas, si no se forma parte de la alta sociedad? La llave que abre la puerta de entrada a la feria de las vanidades puede ser un baile distinguido, organizar un magno acontecimiento social que corone la necesidad de reconocimiento del Gran Mundo. Se comienza por elaborar la lista de invitados; en la primera recepción hay que recibir a gente de distinto pelaje, invitar a diestro y siniestro sin distinción ética o moral siempre y cuando tengan dinero o título o ambas cosas a la vez, orgullosos pavos reales que vayan a mostrar la cola; sin faltar, claro está, algún pariente próximo para que, al día siguiente, difunda la buena nueva y otros miembros de la familia se mueran de envidia. 
 
La palabra fiesta suena a melodías de violines en los oídos de una mozuela adolescente que sueña con ser una dama hermosa y amada. Catorce años, se está en proceso de ser pero aún no se es, edad límite de autoafirmación y confrontación, de conflicto con una madre arbitraria y mandona que clava su fría mirada de celosa enemiga sobre su hija. Lo último que desea la doña es que le disputen el sitio de honor en el escaparate donde va a mostrar toda su teatralidad henchida de vulgar narcisismo. Se prohíbe por decreto materno la asistencia de la joven al sarao de pompa y circunstancia. Reprimen la necesidad de entrar en la edad adulta, le roban su cuota de felicidad en la Tierra, el mundo está lleno de hombres y mujeres que buscan la dicha, ¿qué malo hay en ello? Por primera vez en su vida la niña llora así, sin muecas, sin hipos, silenciosamente como una mujer. Inconsolable y crispada. Sus padres son malas personas, la vigilan, la atormentan, la humillan, de la mañana a la noche se ensañan con ella y su madre manipuladora, autoritaria y exagerada personifica la perfidia. Inevitable choque generacional, difícil relación madre-hija. Le embarga la frustración, la arrastra una especie de vértigo retador, una necesidad salvaje de desafío, de insumisión, de dejarse llevar por un acto absurdo de venganza. 
 
Aunque carece de intención moralizadora, el equilibrio sicológico de la parodia, la ironía de la línea argumental y la limpieza plástica del estilo con que se muestra el desengaño social refuerzan en el lector (al menos en el aquí firmante) la sensación de burlona alegría por el correctivo recibido. 
   Deliciosa miniatura literaria de admirable sensibilidad y encantadora lectura.