lunes, 26 de noviembre de 2018

YANNIS RITSOS; “SUEÑO DE UN MEDIODÍA DE VERANO”.

El sol que quema las piedras, tapias encaladas, pequeñas iglesias y cruces de madera carcomida. El eco del pozo repite la voz de los segadores que con manojos de espigas pasan por la vereda, dan los buenos días a los elementos, a los pájaros, a la aurora: se quitan respetuosos sus sombreros de paja como quien saluda a personas. Viven con los ritmos que marca la naturaleza, el campo en verano, las horas que señalan las sombras. El viento abraza a los árboles. Se abren las ventanas, entran las flores, el zumbar de los abejorros, las mariposas encantadas, las canciones que los niños escuchan en sueños y no saben nada de fatiga y lágrimas.

Al mediodía, los niños se bañan desnudos en el río, se enjabonan el pelo al sol, desprenden miles de pompas de jabón que escapan al aire, y las muchachas trenzan coronas de alhelíes con las que adornan sus cabellos, bailan joviales la danza de la primavera. El bosque entero huele a alegría.

A la hora de la siesta, mientras los adultos duermen, cuando es imposible separar el silencio de la tierra, los niños se escapan a jugar en el campo, desvelan los secretos del mundo revolcándose en la hierba. Y por la noche, los niños toman la Luna en sus manos, en secreto juegan con ella sin que nadie lo sepa (en todo caso las madres que escuchan detrás de las puertas, algo sospechan). Entre enredos y risas, caen dormidos acurrucados oyendo el latido de su corazón.