lunes, 2 de mayo de 2011

CATEL Y BOCQUET; “KIKI DE MONTPARNASSE”.


Alice Prin la hija bastarda dicen que del carbonero al menos el pelo así la delata; criada por su abuela, nada de pulcros colegios ni buena educación, infancia miserable y rebelde como corresponde al mito, la escuela es la calle, el aula son los tabernuchos donde desde muy niña de la mano de su padrino, contrabandista de alcoholes, comienza a cantar, bailar y beber. Cantar, bailar y beber tres actividades distintas que se complementan en un solo cuerpo de diosa verdadero, bello y sugerente, provocador e insinuante para el ojo del artista, sedicioso contra las profesiones decentes, los trabajos despóticos y el decoro social exigido por una madre que la pone de patitas en la calle en cuanto se entera de su posado desnuda por dos francos para un escultor; ¡mi hija una rabiza, hasta aquí podíamos llegar! Hay que buscarse la vida entre delincuentes de poca monta y bohemios con tantos sueños de gloria como hambre; pero Montparnasse comienza a ser, si no lo es ya, el centro del mundo y París ese mundo de la fenecida belle époque que transita a los locos años veinte, un paraíso de leche y miel para el arte, en cuyos cafetines al albur del frío de la noche puedes encontrarte con Amedeo Modigliani y Maurice Utrillo; al primero es posible que Alice le inspire un retrato a lápiz y pose o vaya usted a saber qué para el segundo; la frontera que se establece entre ejercer de modelo y de furcia es muy permeable, ambas se refugian en las esquinas cuando la necesidad aprieta pero no ahoga, si el agua parece llegar al cuello la providencia envía el brazo salvador, en este caso el pintor Chaim Soutine que ofrece casa, calor y cannabis. Aquí comienza la pulsión vital, el proceso creador de gozar de la vida, vivir con desenfreno el triunfo de ser joven, hermosa y estar viva.
Dar el paso; es musa, enamorada y pareja del pintor polaco Maurice Mendjisky quien en un proceso de deconstrucción lingüística la apoda con el alias con el que morará en el Olimpo: Alice-Aliki-Kiki. Bautizada con nuevo nombre necesita el apellido que la dará la denominación de origen, ese honor se le gana haciendo lo que mejor sabe hacer o lo que aprendió para comer siendo niña o lo que la divierte o…: canta canciones con letras obscenas, baila el cancán levantando tanto las piernas que muestra al respetable su sexo libre de bragas y trasiega licores; pincha a las mujeres y enamora a los hombres, se convierte en la primera atracción de los night-club del barrio, en el cabaret Bobino es coronada por aclamación como “La Reina de Montparnasse”. Corren el champán, el opio, la cocaína y el dinero a tutiplén, lo que hoy se gana no llega a mañana para gastarlo, ¡sólo se vive una vez!. Clientes, amigos y amantes la lista se va ampliando con nombres de los más sonoros de la historia cultural del siglo XX; marchantes, cineastas, escultores, actores, modelos, poetas y pintores y de todos ellos nos quedamos con: Fujita Tsuguharu el pintor japonés para quien se convierte en su modelo favorita y amiga para siempre; el cuadro de Fujita que representa a Kiki “Nu á la Toile de Jovy” se convierte en el acontecimiento del salón de otoño de 1922. Man Ray, (protegido de Marcel Duchamp y respetado por dadaístas y surrealistas) pintor, cineasta y por encima de todo fotógrafo norteamericano, retratista de moda a tiro del objetivo de su cámara se ponen todas las celebridades de la época y antes que nadie Kiki, ambos comparten sentimientos, cama, estudio y proyectos durante siete años en una relación tumultuosa, pasional, libérrima y bronca que a veces incluye la violencia física; sin embargo la obra de uno no se puede explicar sin la otra: cortos de película llamados cinepoemas, fotos, pinturas, collages fotográficos como “El violín de Ingres” que se convierte en la imagen emblemática del surrealismo. Henri-Pierre Roché, coleccionista, intermediario y periodista, por el precio de una comilona para ella y sus colegas, él es el primero en comprar un dibujo de Kiki, él es quien la anima a pintar y a exponer, cosechando sus lienzos un auténtico éxito. André Laroque, un funcionario de hacienda acordeonista transmutado en acompañante de las actuaciones de Kiki por music-halls, bares y antros durante los años de decadencia hasta la muerte de la artista/actriz.
  
Esta novela gráfica cuenta la vida de una mujer que sabiéndose bella, quiso ser libre y hacer lo que le daba la gana; fue mucho más que una modelo, que una imagen, que un objeto de deseo, que unos pechos desnudos cuyas memorias, prologadas para la edición norteamericana por Hemingway, se incluyeron en el índice de libros prohibidos en Estados Unidos, incautándose de los ejemplares en la aduana.
   Para un mejor entendimiento de los personajes y la época, el libro se puede comenzar por los apéndices finales; primero leer la cronología biográfica, luego el quien es quien y después adentrarse en la historia.