miércoles, 8 de mayo de 2013

MONTSE DE PAZ; “CIUDAD SIN ESTRELLAS”.

Era una ciudad entre una veintena de zonas B. La B de biozona, islas autónomas densamente pobladas, capaces de autoabastecerse en medio de la nada. En este universo, aunque no sean de la incumbencia de los ciudadanos, también hay otras zonas, las zonas N: vertederos de residuos nucleares apartados y custodiados, las zonas A: emplazamientos militares, arsenales de armas y bases del ejército y las zonas Z: cuya ubicación y finalidad son un misterio. Queda trazado el mapa para introducir en el gps del argonauta lector. 

Bajo un cielo blanco de día y naranja de noche, llenándose las tripas de basura sintética, vive nuestro protagonista encerrado en su mundo virtual, trabaja en negocios de venta a través de la red y se divierte en ciberbatallas heroicas con simuladores de vuelo ultra-atmosféricos, entre sesiones de sexo con esplendorosas bellezas digitales proyectadas en tres dimensiones, y ya puestos delante de la pantalla ocupa el tiempo sobrante visitando foros de buscadores de antigüedades y grupúsculos de soñadores, refugios de chiflados cazadores de estrellas, como su madre acusada de quimérica, excéntrica misticoide, víctima de la delación de su esposo (hombre zafio e inculto, cuyo mayor gozo es emborracharse viendo una retransmisión deportiva) fue encerrada en un centro de terapias mentales y sometida a tratamientos de rehabilitación psicológica. Más peligrosas que las armas, las ideas subversivas deben ser perseguidas con especial ahínco, intoxican la mentalidad de los ciudadanos y promueven conductas antisociales, hay que extirparlas de raíz antes de que contaminen a la colectividad. Se enseña que la realidad es todo cuanto existe, encerrada en los límites de lo palpable, medible, comprobable donde la existencia sólo es “un intervalo biológico” carente de dramatismo, un acontecimiento natural consumado entre un principio y un final. Sin embargo se necesita demostrar si ese todo es mentira, si la única vida que prevalece, en la que le han obligado a creer es la verdadera. No soporta convertirse en un hombre a quien no respeta. Quiere saber, explorar el filo del abismo, asomarse al vértigo, allí donde dicen que no hay nada. La hoja de ruta señala escapar por los boquetes abiertos en los cinturones marginales y oscuros del mundo, dominados por las chabolas, las basuras, los delincuentes y los desheredados de la tierra. Laberintos de miseria, arrabales de desperdicios humanos, sumideros sociales ocultos para que a nadie importe. Atravesar la frontera blanca de niebla espesa, avanzar, avanzar, avanzar sin temor a las radiaciones, a los peligros, a las amenazas, huir para encontrar el edén, la lucidez y el pecado. Descubrir los olores, los colores, los sabores de la naturaleza, el mundo mítico que cuentan los iluminados estudiosos de las crónicas del pasado, con plantas silvestres, animales salvajes, cielos azules y estrellas brillando en la noche. ¡Existe! ¿Cuál es el fin de quererlo mantener escondido?, ¿a quién perjudica? Fuera de la ciudad monstruosa y cerrada se puede respirar, recrearse con la hermosura, sentir la tierra bajo los pies y recuperar los instintos perdidos. 

Cuando nos hacemos preguntas y buscamos respuestas, cuando aceptamos las diferencias, cuando hemos visto con nuestros propios ojos y hemos experimentado en nuestra propia piel que la realidad es mucho más de lo que nos muestran los manuales de Instrucción Básica, cuando aprendemos que se puede vivir de otra manera, nos convertimos en un peligro, no sólo porque sabemos que existe otro mundo mejor fuera de las alambradas, sino porque si se lo contamos a los demás es posible que no quieran vivir sometidos a una estafa. ¡Merece la pena intentarlo!