domingo, 27 de febrero de 2011

IRIS MURDOCH; “EL MAR, EL MAR”.

Aquella casa rural, austera, monacal, solitaria sobre los acantilados frente al mar, fin de trayecto de una existencia de glamour superficial, triunfo efímero, fama inestable, vanidad desordenada y agitados vaivenes sentimentales; último refugio donde poder recuperar los pequeños placeres cotidianos: hacer la compra, cocinar, cuidar del jardín, nadar desnudo en el mar, secarse al sol tumbado en la hierba, gozar de la monotonía y tristeza de los lujos sencillos que guardan el secreto de una vida feliz; un lugar con aires de tragedia en el cual habitar el tiempo sobrante escribiendo un diario o unas memorias recuento de familiares, amigos y amantes a las que ya no desea, balance profesional como dramaturgo, director y actor, debe y haber del mundo de las apariencias, simulacro novelado para esquivar un destino de soledad, “nadie está tan abandonado como un actor viejo”, únicamente tiene los recuerdos y de ellos surge irreal al principio, después artificioso y vulgar como el arte del teatro, el drama obsesivo: el pasado se encarna en proyecto presente; entra en escena el primer amor, el único amor, el amor que convirtió a los demás amores en indoloros espantajos, el amor que de no haber fracasado habría conseguido que la vida fuera menos desarraigada y vacía; la muchacha con la que quiso casarse y huyó de él sin justificaciones ni despedidas, la trae el destino por la magia de los encuentros, ahora vieja, perdido el atractivo, carente de distinción, pusilánime de espíritu, lerda de entendederas (no importa, no es impedimento) y casada o malcasada con un hombre desagradable, matón, bárbaro, celoso, sin ingenio ni calidad intelectual, un ogro sin ningún sentido de la alegría de vivir que la tiene prisionera dentro de su propia pesadilla; hay que rescatar a la amada niña, salvarla, liberarla para devolverla la esperanza y hacerla feliz por el resto de su vida, raptarla para entregarle el amor puro, sin angustias, atento, pausado, el amor verdadero que se muestra desnudo cuando desaparece el hechizo. La ofrece la libertad y ella la rechaza, la ofrece resurgir de la desdicha y ella interpreta que la está destruyendo, la ofrece salir de la servidumbre y ella lo único que desea es volver a su casa, a su matrimonio.

Un sueño sólo es un sueño, sí, destructivo cuando obedece al capricho infantil de querer jugar con el misterio de las vidas ajenas, un deseo egoísta y estéril como los celos, un suave susurro de olas, un murmullo inquietante que en silencio y calma rumia sentimientos de odio, angustia, miedo y dolor profundo.

Novela psicológica, filosófica, realista, sobran los adjetivos para una obra de contrastada calidad narrativa.